Considero imprescindible dejar en claro que indudablemente para que una democracia se consolide, uno de sus componentes esenciales es la libertad de expresión, la manifestación libre de ideas, la circulación de informaciones que expresen la diversidad de opiniones. Esto contribuye a forjar una ciudadanía plena, auténtica y participativa. La calidad de una democracia se ve reflejada en la heterogeneidad de la sociedad y la expresión libre de sus pensamientos.

No hay que olvidar que en México, por muchos años, se padecieron censuras y persecuciones en los regímenes presidencialistas del siglo pasado cuando se controlaba a los medios de comunicación. No había contrastes, menos aun diversidad de opiniones en los medios de comunicación. La unanimidad era la máxima. Gracias a las conquistas logradas, hoy se expresan en mayor o menor medida las más variadas opiniones en los diversos medios de información, la plaza pública y las nuevas tecnologías. Esa libertad debemos consolidarla, sin olvidar el pasado.

En uso de esa libertad se han revelado cosas que antes eran la parte oscura de la política, como los abusos del poder y la corrupción, por mencionar algunos casos. Pero también, hay que decirlo, algunos medios han incurrido en excesos. La invasión a la intimidad y al espacio privado son un buen ejemplo.

Con frecuencia el afán inquisitivo de los medios lucra con la vida privada, ya no sólo de la persona pública, sino incluso se invade el espacio familiar. En esos casos no se puede invocar la libertad de expresión, pues nada tiene que ver con la información, sino con un componente puramente de mercado. Su único propósito es ganar audiencias, no publicar noticias. Lo mismo pasa con los grupos opositores, quienes a través de redes sociales y medios de comunicación utilizan el ataque al núcleo familiar como parte de una vil estrategia política.

Soy un firme creyente de que todos, incluso los gobernantes con más responsabilidades, tienen derecho a la vida privada y sus familiares a ser respetados. Un ejemplo de ello es el hijo menor del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien puede y debe moverse en su núcleo social y familiar como mejor le plazca.

La intimidad es un derecho inherente de las personas, así pues debemos entender que todos tenemos una vida “privada”, definida como aquella parte de nuestra vida que no tiene nada que ver con la actividad pública y que por ende no está destinada a impactar a la sociedad de manera directa y en donde, en principio, otras personas no deben tener acceso, toda vez que las actividades que se desarrollan ni son de su interés ni les afectan.

Mezclar o confundir información entre lo público y lo privado en nada contribuye a elevar la calidad del debate sobre la cosa pública. Por el contrario, invade la intimidad de las personas y rebaja la calidad de la democracia, todo por incontrolables excesos en aras de ganar audiencias.