Gracias a la declaración del secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, en la que señala que las narcoseries no le hacen justicia a México, se abrió una discusión sobre  la imagen que damos de México y los mexicanos en el mundo.

Se trata de un fenómeno con varias aristas. Por un lado, el contenido de las narcoseries y narconovelas, que resulta dañino primero al interior del país, al presentarse de manera atractiva y glamurizada la imagen de los narcotraficantes, el estilo de vida que pueden llegar a alcanzar y sin mostrar las consecuencias de sus actos. Estos personajes se presentan mayoritariamente con una imagen distorsionada, son los buenos, los héroes y casi ejemplos a seguir.

Por otro lado está la imagen del país al exterior. Gabriela de la Riva afirma en su estudio sobre el México rifado, que México dejó de hablarle al planeta alrededor de los años 80. Supongo que con el Mundial del 86, después lo que se sabe de nuestro país es en temas de violencia, narcotráfico e inseguridad. De tal suerte que el mundo nos piensa en vochitos, y la arquitectura y tecnología de los años 80 o, bien, con la imagen polvorienta y sucia de las fronteras como la única cara de la nación. El resultado es una imagen distorsionada e incompleta de nuestro territorio.

¿Hay problemas de narcotráfico? Sí. ¿Hay inseguridad? También. No se trata de cerrar los ojos, pero ¿por qué no hemos balanceado la conversación? No hemos sido capaces de mostrar al mismo nivel narrativo el crecimiento y los avances de nuestro país, el ingenio y trabajo de miles de mexicanos que cada día hacen algo por salir adelante, por su familia y por su nación. No hemos sabido hacer historias donde lo mejor que le puede pasar a alguien no es volverse la sicaria o el repartidor de un grupo delictivo. Me encantaría ver en la pantalla la historia de los miles de emprendedores que han apostado todo por el sueño de hacer empresa, que se han caído muchas veces, que les ha pasado de todo y a pesar de eso se levantan y han aprendido, crecido y generado con eso. ¿No podríamos hacer aspiracional ese ímpetu también?

Hay otros países que han entendido la importancia de las narrativas. Por un lado, el impacto e influencia que causan en sus habitantes y, además, en la percepción que promueven en el mundo. Y tenemos ejemplos increíbles. Colombia, sí, la tierra de Pablo Escobar y las FARC, además de hacer los cambios necesarios en temas de seguridad y políticas públicas, modificó su narrativa y habla de renacimiento, modernidad, de sus muchos territorios, de culturas y de que va en camino, avanzando. Costa Rica, de ser sólo ¡pura vida!, se volvieron esenciales y competitivos.

Dejaron el tema naturaleza para hablar de futuro y recursos. Y a su gente le repiten ¡los ticos somos empuchados, tirados pa’ delante! De Perú hemos sido testigos de su transformación, con esfuerzo por resaltar su gastronomía y lugares como Machu Picchu. De estos elementos se posicionan como tierra de bondades, enigmática y de recursos. A lo interno también han hecho un gran esfuerzo, modificaron una estrofa de su himno, para que el peruano dejara de entonar: “Largo tiempo el peruano oprimido…”.

Con el ejemplo de otros países de la región, resulta pertinente que nuestro canciller hable de la necesidad de otros guiones que hagan justicia a México, que nos repitamos interna y externamente lo que somos, los atributos del mexicano creativo, innovador e ingenioso, bueno para la robótica y el arte.

Con ese fin, en noviembre pasado dimos vida a un movimiento llamado Por ti México, el cual promueve una narrativa nueva de México y los mexicanos. Ese mexicano digno de un guión cinematográfico que trabaja, sueña y crea un México mejor.