México pasó bien su primer examen para evitar que se convierta en realidad la amenaza de aplicar aranceles a las exportaciones de nuestro país a los Estados Unidos.

El secretario de Estado del Gobierno estadounidense, Mike Pompeo, vino a revisar la tarea hecha por el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, y claramente el canciller Marcelo Ebrard salió con una estrellita en la frente.

El siguiente examen es dentro de otros 45 días, y después, bueno…, pues ya Trump dirá.

Sin dejar de ver que fue el Gobierno actual el que encolerizó al Presidente estadounidense, Donald Trump, con aquella política de inicio de sexenio de puertas abiertas a los migrantes. Hay que reconocer que el canciller Ebrard ha sabido capotear muy bien un problema que parecía una crisis comercial inminente.

El problema es que con el Presidente de Estados Unidos nunca se sabe. Encontró un botón rojo que mueve a los mexicanos y que seguramente estará tentado a tocar con frecuencia en la medida en que avance su campaña política con rumbo a las elecciones que son ¡dentro de 16 meses!

El republicano va a necesitar mover las fibras más viscerales de sus electores para lograr la reelección, y la vena racista es una de las más efectivas que ha encontrado Trump para alebrestar a esos cinturones de población de gente caucásica, de clase media y escasa educación que marcaron la diferencia en la elección presidencial pasada.

Para el país es un gran riesgo tensar la relación con el gobierno de Donald Trump. Y de paso es el momento de encumbrarse o derrumbarse de Marcelo Ebrard.

Pero al mismo tiempo, la prontitud de respuesta ante las presiones de Washington mostró un camino de presión que quieren seguir los demócratas. Por ahora lo harán desde el Congreso, y en un futuro lo querrán intentar desde la Presidencia si logran sacar a Trump de la Casa Blanca.

La delegación de legisladores demócratas que estuvo en México la semana pasada dejó claro que quieren cambios al texto del acuerdo comercial entre nuestro país, el suyo y Canadá, el T-MEC. Y si no lo logran, amenazan con que no hay ratificación.

En este caso, los primeros que brincan por el espanto de esa posibilidad son los propios empresarios de su país.

No pueden los opositores de Donald Trump darle el pretexto perfecto para que el Gobierno actual pudiera atentar contra la seguridad jurídica que tienen sus empresas en México, menos en estos tiempos en que la confianza y la certeza no son el fuerte del Gobierno mexicano.

Así que esta presión puede tener menos efectos que los hilos que jala Donald Trump.

Por lo pronto, el subsecretario para América del Norte de la Cancillería, Jesús Seade, quien además negoció la parte final del acuerdo en nombre de López Obrador, ya dijo que no se abre el acuerdo.

Hay tensión, sin duda, sobre el futuro de este acuerdo que podría caer en la congeladora legislativa estadounidense y abrir la puerta para que Trump tenga otro botón más de control sobre México.