Hace 44 años, España enterró una de sus historias más negras. En noviembre de 1975, el dictador Francisco Franco agonizaba en la cama de un hospital. Estaba intubado. Algunos de sus familiares se aferraban al hilo imperceptible de la vida. Muchos acólitos del régimen franquista también. Rezaban para que no se muriera. Sabían que, al fallecer, todos sus privilegios se terminarían.

Pero a pesar de ser el Generalísimo, Franco se murió, como se muere todo el mundo. Fue en la madrugada del 20 de noviembre de 1975.
Yo tenía 11 años. Recuerdo perfectamente cómo mi madre nos despertó a todos los hermanos:

-“Niños, levantaos, que esto es historia”.

Mi padre escuchaba una radio antigua para informar a México -dentro de la desinformación que marcaba la censura franquista- de la muerte de quien detentó el poder durante 40 años.

De todo aquello han pasado muchos inviernos y muchas canículas. Muchos más desde la Guerra Civil española. Tantas primaveras como 80. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido -lo mejor que pudo haber pasado-, seguimos sin saber si sacamos a Franco o no de su tumba.

El Tribunal Supremo ha paralizado la exhumación de los restos de Franco, que se iba a llevar a cabo este próximo lunes. Pero es una medida cautelar.

 

Terminará por pasar, y muy probablemente sea antes de que concluya este año.

Sigo sin entender el interés, especialmente de la izquierda española, por querer exhumar sus restos. Porque no se trata de la exhumación en sí, sino porque con ella sólo se van a remover fantasmas del pasado.

La Guerra Civil entre los hermanos españoles terminó con casi un millón de muertos. Todos los españoles de mi generación tienen algún pariente, aunque sea lejano, al que perdimos en la guerra. Muchos abuelos o tíos abuelos perdieron sus vidas en uno u otro bando. Las heridas fueron muy profundas y sólo el tiempo es el que puede curarlas.

Pero el tiempo pasó, mes con mes, año con año, hasta que los 80 años de la guerra civil y los 40 desde que Franco murió se quedaron en eso, en historia.

No sé si ha pasado el tiempo suficiente como para curar una herida profunda. Lo que sí creo es que levantar esa cicatriz, exhumando los restos de Franco, sólo hará que la sangre vuelva a salir.

Claro, ya no son tiros, pero sí coadyuvará a la confrontación de una sociedad que ya estaba por encima de guerras e ideologías.

El gobierno de Pedro Sánchez ha tenido una decisión que, desde mi punto de vista, no es la adecuada. A veces por querer conseguir un puñado más de votos, el resultado es contraproducente. Es lo que le puede pasar a este Gobierno.