Cada vez que aparece un dato económico que refleja la desaceleración en la que ha entrado México, la respuesta presidencial es la misma: de un lado, la descalificación de la fuente y, del otro, la garantía de que el Jefe del Ejecutivo tiene otros datos.

El presidente Andrés Manuel López Obrador posee una aprobación muy alta que le permite que sus seguidores le crean que cualquier dato negativo que se publique, así sea de instituciones del Estado, es falso y magnificado por los analistas de mala fe.

La información económica es árida y no es tan fácil entender el comportamiento de la Inversión Fija Bruta o hasta el comportamiento del Producto Interno Bruto. Eso suena lejano para una mayoría que entiende con más facilidad que su Presidente les diga que la economía va “requetebién”.

Esa verdad paralela se puede mantener hasta que una mala condición económica toca el bolsillo de los mexicanos. Pueden obviarse las mediciones técnicas hasta que afecta, por ejemplo, la chamba.

Incluso, cuando el INEGI reporta en su Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo que la tasa de desocupación subió durante el primer trimestre de este año a 3.5% de la Población Económicamente Activa, puede el Presidente negarlo y su base creerlo.

Pero cuando atendemos que este dato, el más alto desde el primer trimestre de 2017, implica que 172 mil personas perdieron su empleo, la cosa cambia, porque son casi 200 mil personas sin trabajo.

No deben estar tampoco tan contentos aquéllos que trataron de conseguir un empleo formal y no lo lograron. Por más que puedan minimizarse las cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social que reflejan una disminución de 34% en la creación de plazas laborales durante el primer cuatrimestre de este año en comparación con el anterior y la caída de 65% en la generación de empleos en abril de este año, en comparación con abril del año anterior.

El Presidente lo negará y sus técnicos neoliberales querrán explicar que es un efecto estacional por el asueto de la Semana Santa, aunque sean las peores cifras en seis años.

No hay duda, cuando las cifras negativas llegan al bolsillo, cambia la perspectiva de los ciudadanos.

Y se suman a las madres afectadas por el cierre de las estancias infantiles, a los enfermos sin medicamentos, a los automovilistas sin gasolina, a los millones sin seguridad pública efectiva.

El discurso encantador del Presidente pierde todo efecto cuando la cartera es la que desmiente el desbordado optimismo de López Obrador.

Hasta hoy, en el lenguaje neoliberal y neoporfirista, la economía mexicana enfrenta una desaceleración que se nota más en algunos indicadores que en otros.

Pero están ausentes los motores que puedan evitar que la economía mexicana se estanque en estos niveles actuales de crecimiento económico muy cercano al cero. Que puede no tener riesgos recesivos, pero tampoco parece tener impulso para otros niveles de actividad más acelerada de expansión.

Lo que la mayoría notará será que hay menos trabajos y peor pagados. Eso no necesita estadísticas ni declaraciones mañaneras.