En las proyecciones que la ONU ha realizado en los últimos años queda clara la tendencia de que cada vez la población mundial se concentra en zonas urbanas, y en consecuencia la población rural va en descenso permanente.

¿Y qué implica esa tendencia de grandes concentraciones urbanas?, pues un gran cambio de paradigma en la forma en que se desarrollan y expanden las ciudades. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) lo ha señalado: se requiere del diseño de urbes que tengan por objetivo el desarrollo de políticas públicas que apunten a la salud de las personas, y no sólo al crecimiento de la mancha de concreto gris y anárquico como ocurre en muchas metrópolis y países del mundo, y México no está exento de ese gran caos en sus esquemas de desarrollo. Por esas manchas de concreto excesivas se ha generado el problema de las “islas de calor”, las cuales traen serios impactos a la salud al subir la temperatura por 5 ó 10 grados Celsius más que en las zonas de la periferia.

Urbanistas y expertos en movilidad nos hablan de repensar las formas en que crecen los entornos urbanos, y, ante la inexorable expansión de los asentamientos humanos, instan a construir ciudades en las que la gente viva sana y con calidad de vida. Es decir, salud urbana como principio básico. Algo sencillo de decir, pero muy complejo en concretarlo.

Veamos lo que ocurre en México, principalmente en zonas metropolitanas, como el Valle de México, Guadalajara, Puebla y Monterrey, entre otros más, en el que la mala calidad del aire, ruido, tráfico, escasez de superficie natural, agotamiento de recursos naturales y la pérdida y deterioro del espacio público son las características del desarrollo.

Nuestra salud urbana es precaria y cada año muy cuestionable, debido a la contaminación atmosférica que sigue impactando día a día a la población. Además, el intenso tráfico (como es el caso del Valle de México con casi 10 millones de vehículos) genera un ruido dañino para la salud. La OMS clasifica a la contaminación acústica por tráfico como un factor perjudicial sólo por abajo de la mala calidad del aire. Vale precisar que el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) ha reportado que, por el tráfico en el Valle de México, cada año se estiman pérdidas de tiempo que equivalen a casi 35 mil millones de pesos.

El espacio público en nuestras zonas metropolitanas lo perdemos por la invasión de ambulantes, por la falta de mantenimiento de la infraestructura y porque las autoridades no liberan la superficie de rodamiento que se ha convertido en un gran estacionamiento. Nuestras ciudades han crecido sin planes maestros de desarrollo sustentable a 10, 20 ó 30 años. Por eso no podemos hablar que las metrópolis estén bien conectadas ni tampoco la población realiza todas sus actividades en lugares cercanos a sus residencias. Es decir, la coordinación está fracturada a costa de desplazamientos cada vez más largos, con pérdidas de tiempo y dinero, y con serias afectaciones a la salud.

Y mientras, la superficie natural -sean jardines, parques o bosques- se encuentra en riesgo por asentamientos humanos irregulares, por la pérdida de flora a causa de las plagas, por la tala, erosión y por la falta de mantenimiento sistemático. La OMS señala que los espacios naturales sanos ayudan a que la población reduzca el estrés y mejoran la salud mental y, en general, de todo el organismo humano.

Sin duda, urgen instrumentos que coadyuven a diseñar políticas públicas en pro de la salud urbana. Seamos más estratégicos en la planeación urbana sustentable con ciudades hechas para las personas.