A simple vista, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea no parece ser muy lesiva. Sin embargo lo es, y mucho. La ausencia de un plan claro de ruptura entre el Reino Unido y la Unión Europea sostiene la amenaza de un Brexit caótico que podría perturbar el comercio mundial. Esto, más la guerra comercial entre Estados Unidos y China, podría golpear a la economía del planeta.

En el fondo nadie quiere marcharse ni la pretensión es que se vayan. El pulso que lanzó el anterior primer ministro británico, David Cameron, no estuvo bien calculado. El antecesor de Theresa May dio luz verde a un referéndum en 2016 para saber si los británicos querían marcharse o decidían seguir perteneciendo a la Unión Europea. Pero su cálculo fue erróneo. Los británicos votaron por la salida de la Unión Europea, con lo que todo eso conlleva.

Después de tres años se van, se quedan, se vuelven a ir. Entre los políticos británicos más europeístas saben que la salida es un suicidio. Es cierto que Gran Bretaña es una nación muy potente. Pero también entienden que hoy la política es global y de bloques. Una salida conllevaría una política aislacionista, a pesar de que buscaran aliados con Estados Unidos, que es el natural del Reino Unido.

Nada sería igual. Si se marchara sin llegar a acuerdos con la Unión Europea, lo haría de manera abrupta y desordenada, y provocaría un caos en su economía. Pero además golpearía al resto de las macrofinanzas europeas y mundiales. Por eso todos buscan de manera desesperada un acuerdo con Europa.

Pretenden que su salida sea con acuerdos, al menos a nivel comercial y fronterizo. El hecho de irse es negativo, pero si además se marchan abandonando la unión aduanera siempre sería peor.

Son días de infarto en el Parlamento británico; también en las instituciones europeas, especialmente en Bruselas. Lo mismo está ocurriendo en el Palacio del Elíseo en París y en Berlín, donde Emmanuel Macron y Angela Merkel se reúnen con unos y otros sin saber ya qué más discutir después de haber estado más de tres años con correos y contra correos electrónicos, con mensajes, oportunidades y negociaciones que no han terminado de resolverse.

De estos tres convulsos años hay una opinión generalizada que subyace entre parte de la ciudadanía europea y británica. Parece que cada vez hay más políticos ingleses y europeos que van por el camino de la mediocridad. Ha sido mucho tiempo, y no se ha arreglado nada.

Algunos miran hacia atrás y buscan políticos antiguos, pero de raza, estadistas que parecen escasear al ver a los representantes que intentan bregar en una batalla que parece que no hubieran vivido jamás.

El ciudadano europeo quiere tener políticos con visión de Estado, y no funcionarios que sólo saben vivir de un sueldo y que en cuanto hay un revés, como el Brexit, desconocen cómo salir del atolladero.