Contar la historia de la humanidad es contar la historia de la dualidad. Para conseguirlo, necesitamos mucha gente que defina los fenómenos que nos interpelan y mucha más gente que los difunda.

En este punto encontramos un problema, pues la producción y la difusión del discurso histórico dominante es preponderantemente masculina, y nunca podremos entendernos si no aprendemos a atender la otra perspectiva que permanece siempre tácita en el discurso patriarcal: la femenina.

Histórica, antropológica, psíquica, literaria y teológicamente hablando, la mujer ha jugado un rol que se presta a dos lecturas. La primera, bajo la lupa de la misoginia institucionalizada, narra que desde el Génesis, la mujer nos expulsó del paraíso, Platón la acotó como un objeto de contemplación, el medievo la alejó del quehacer cultural, Freud las denostó cómo el sexo inferior… Y a pesar de esto, existe otra lectura, que en un ejercicio hermenéutico no dogmático, proporciona una mayor noción de sentido. En éste, se puede entender que la metáfora del fruto prohibido sólo pudo ocurrir por la actitud desafiante y apasionada inherente a la mujer para comprender el mundo o que si se le definió como objeto de contemplación fue porque no se poseía la capacidad de entenderla como un ser igualmente capaz de producir cultura.

También, me hace sentido que los primeros estudios del mundo natural y sus explicaciones (teológicas y científicas), así como las más primitivas organizaciones políticas las haya hecho una mujer; pues si el hombre se dedicaba a la caza y la mujer cuidaba de la descendencia ¿En quién recaía la función de curar al enfermo/lisiado, experimentar con el cultivo, administrar los recursos y un amplio etcétera para propiciar las condiciones de la vida en sociedad?

A pesar de que esto me proporciona cierta noción de certidumbre, irónicamente me pregunto: ¿Cuántas filósofas griegas he leído? ¿Cuántas papisas he escuchado difundir mensajes de paz desde la Plaza de San Pedro? ¿Por qué al sacerdote se le pagaba un diezmo y a la sacerdotisa se le quemaba viva por herejía? Y es que el hombre cuando entendió que puede dominar por medio de la fuerza, ejerció la fuerza, cuando entendió que puede dominar por medio de la fe, ejerció la fe, lo mismo con la política, el arte, el dinero y más recientemente con la ciencia.

Con esto, entiendo que la máxima de la mujer es la libertad a través del entendimiento y la del hombre es dominar a través del ejercicio vertical del poder. Ahora, la pregunta lógica para poder entender este momento histórico es:

¿Qué nos ofrece el mundo contemporáneo si el discurso dual es una constante?

Nos ofrece mucho; sin embargo, debemos de saber buscar el carácter femenino de la historia en su vertiente rebelde y saber interpretarlo.

Así como existió Francisco de Aguiar y Seijas, quien estaba apoyado por la institución cultural más fuerte en ese momento (la Iglesia), así como en el 68 hubo un discurso represor desde una cúpula política meramente masculina, ahora existe Harvey Weinstein. Y lo que nos ofreció la dualidad femenina para acotar el logos en respuesta a Aguiar y Seijas fue a Sor Juana Inés de la Cruz quien siempre buscó su derecho a la intelectualidad, en el 68 encontramos el relato de Mictocleya González quien apeló a la libertad y la colectividad, y para Weinstein hay un #MeToo que manifiesta muchas voces femeninas al unísono de equidad y respeto.

Finalmente, para la difusión del mensaje y la resignificación de la mujer a través de las industrias e instituciones culturales en México, encontramos presencias femeninas muy fuertes como Yalitza Aparicio, Fernanda Melchor, Alma Guillermoprieto, Carmen Aristegui, Mitzi Vanessa Arreola, Lydia Cacho y Beatriz Solís Leere, que si hoy les prestamos atención a ellas y su erudición, seremos un poco más libres de lo que fuimos ayer.

LEG