El presidente Donald Trump quiere obtener el Premio Nobel de la Paz; para ese propósito, le encomendó al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, que él propusiera su candidatura ante el Comité Nobel que se reúne en Oslo. De manera que oficialmente Trump ya es candidato al Nobel de la Paz.

Abe justificó la nominación, sobre la base de una supuesta contribución del norteamericano a la reducción de tensiones en el noreste de Asia, tras el encuentro que sostuvo Trump con el líder norcoreano Kim Jong-un en Singapur, en junio de 2018.

Pero, ¿acaso ese encuentro tuvo suficiente mérito para convertir a Trump en acreedor al máximo premio que se otorga a quienes han trabajado a favor de la paz?

Para ser justos, lo que sí es plausible es el hecho de que se hayan sentado a la mesa de diálogo los dos archienemigos. Desde el fin de la guerra de Corea, en 1953, las relaciones entre ambos países habían estado cargadas de amenazas y recriminaciones.

Técnicamente, entre Corea del Norte y Estados Unidos incluso persiste el estado de guerra, puesto que si bien se estableció un armisticio sobre el paralelo 38, jamás se ha firmado un tratado de paz.

Las tensiones aumentaron sobre todo cuando se reveló que el Gobierno de Pyongyang había efectuado pruebas nucleares en las montañas de Punggye-ri. Sin hacer caso a las advertencias de Washington, los norcoreanos han desarrollado su propio programa nuclear y hasta detonaron varios misiles de largo alcance sobre el mar de Japón.

Tal circunstancia le dio un giro significativo a la situación; en realidad fue Kim quien prácticamente obligó a Trump a sentarse a negociar, y no al revés.

Durante la cumbre celebrada en Singapur, los fotógrafos se solazaron con la imagen de los dos líderes saludándose. Sin embargo, la declaración conjunta que emitieron fue una auténtica bagatela. Básicamente, se pronunciaron por seguir construyendo un régimen de paz y a trabajar a favor de la desnuclearización en la península coreana, pero nada más.

Esta vez, Trump acude a una segunda cumbre en Hanói, capital de Vietnam, confiado en que convencerá a Kim de que renuncie a su programa nuclear y desmantele las plantas de Sanumdong y Yongbyong. Pero es iluso. Kim jamás abandonará su programa nuclear si Estados Unidos continúa estacionado en Corea del Sur.

Se habla de que el norteamericano trae bajo el brazo una especie de Plan Marshall para Corea del Norte, y eso quizá sí represente un atractivo para Kim.

Si en efecto este par de ladinos asumen compromisos reales a favor de la distensión, y si se establecen las bases para un acuerdo de paz que ponga fin al estado de guerra, sería un gran paso que los convertiría en acreedores al Nobel de la Paz, pero no si emiten otra declaración más de buenas intenciones.

El Premio Nobel le daría un impulso inusitado a la reelección del presidente Trump, amén de que lo ayudaría a ocultar sus extravíos políticos. Para Kim, en cambio, sería un instrumento formidable de propaganda a favor de su imagen.

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