Wilmer Guaidó tiene cara de hombre duro. Parece un púgil que acaba de dejar el cuadrilátero. Pero en su caso, la cara no refleja cómo es por dentro.
Su interior parece limpio, casi transparente, como si no quisiera dejar dudas de lo que significa ser una buena persona.

El padre del proclamado Presidente de Venezuela, Juan Guaidó, me recibe en un modesto hotel del sur de la isla de Tenerife, en las Canarias. El hotel da a una zona con mucho viento. Veo muchos bañistas tomando el sol y a otros tantos haciendo deportes de vela.

Wilmer Guaidó aparece. Es un hombre alto que impone por su aspecto. Entonces le invito un refresco y comienzo a hablar con él. Me doy cuenta que detrás de su aspecto hay un poso de nostalgia mayor del que imaginé. Cada vez que pronuncia la palabra Venezuela se le ilumina la mirada y los ojos se le llenan de lágrimas.

Es lógico. Wilmer Guaidó lleva 16 años desterrado, en un ostracismo, por la dictadura de Hugo Chávez, primero, y ahora la de Nicolás Maduro.
Le pregunto por su hijo, por el presidente Juan Guaidó. Entonces hay un silencio. No sabe bien qué contestar. Teme que lo que diga pueda ser perjudicial para su vástago.

-“Está bien; esperanzado. Dice que ya ve la luz al final del túnel”.

Entonces le pregunto por el temor lógico de la integridad física de su hijo.

-“¿Sabe? Tengo más miedo que él. Claro que está preocupado, pero le puede más la búsqueda de libertad y democracia que el miedo que pueda tener”.

Wilmer Guaidó habla con entereza, como si ya oliera la libertad de su país, como si se viera ya haciendo las maletas para volver a Venezuela.

-“Me ha dicho mi hijo que vaya pensando en regresar a mi país. Estamos esperando a que nombren embajador, y así formalizar todo el papeleo. Yo creo que volveré en poco tiempo”.

Y todo me lo dice con la mirada iluminada, como rogando que ese deseo se convierta en realidad y sea pronto.

Así como este hombre fornido de triste mirada, lo piensan la inmensa mayoría de los venezolanos. Y como ellos, todos los que amamos a ese país hermano que es Venezuela y que también ansiamos que llegue la libertad para ellos.

Ha pasado mucho tiempo, quizás demasiado, sin que nadie fuera de Venezuela haya hecho nada más allá de las palabras grandilocuentes de los importantes organismos que, al final, valen para poco.

Pero parece que ahora sí ha llegado el momento. Ojalá sea de verdad una cuestión de tiempo.

LEG