El pasado domingo, los 27 líderes del Consejo Europeo (que define la política general de la UE) aprobaron el Brexit propuesto por Theresa May, que incluye una ruta política preliminar sobre las relaciones futuras entre el Reino Unido y la UE. Con obvia cautela, el presidente del Consejo, Donald Tusk, declaró que aún falta “el difícil proceso de ratificación (…) pero independientemente de cómo termine, (el Reino Unido y la UE) seguiremos siendo amigos”.

Un día antes, desde Bruselas, May había “enviado” una carta al pueblo británico a través de redes sociales, para explicar los porqués de apoyar su acuerdo en materia de migración, “poniendo fin a la libre circulación de personas”; de finanzas, “poniendo fin a los (…) pagos anuales a la UE”; y de comercio, firmando “nuevos acuerdos comerciales con otros países”.

En la misiva, May reiteró que, tras el Brexit, el Reino Unido podrá enfocarse en sus propias prioridades, como dedicar “394 millones de libras adicionales por semana” a los servicios de salud pública, y recalcó que será un “momento de renovación y reconciliación”, ya que habrán dejado atrás el polarizado debate sobre quedarse o irse de la UE.

El apoyo del Consejo dio un respiro a May, ya que, en sólo una semana, la conversación cambió de una inminente renuncia suya, a los costos de no aceptar su acuerdo. La decisión última de aprobarlo o no ahora queda en el Parlamento, por lo que May reiteró que las dos siguientes semanas las dedicará a hacer campaña a favor de su Brexit y juntar todos los votos posibles para el 11 de diciembre, que es cuando se proyecta la votación decisiva.

May tendrá que convencer a 89 parlamentarios rebeldes de su partido de que su acuerdo, con mencionó el lunes, es imposible de mejorar en este contexto. En caso de ser rechazado, en teoría habría tiempo de enmendarlo y repetir la votación para evitar un Brexit “sin acuerdo”.

Sin embargo, la reciente declaración de Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea (que propone la legislación de la UE), de que el acuerdo de May “es la única oferta posible”, mete presión a los parlamentarios anti-Brexit o anti-May. Por lo mismo, esta postura podría jugar a favor de la primera ministra para sumar algunos votos. Asimismo, se espera un debate televisivo entre May y Jeremy Corbyn previo al día 11, después de que May lanzara el reto al líder laborista el lunes pasado.

Por otro lado, la opción de un segundo referéndum se ve cada día más complicada. Para llevarlo a cabo, el gobierno tendría que proponer legislación en ese sentido y esta tendría que ser aprobada por mayoría en la Cámara de los Comunes, cosa que hoy parece remota.

En tanto, ya hay planes para una marcha contra el Brexit de May el martes 11, afuera del Parlamento: el columnista de The Guardian, Owen Jones, difundió en redes la convocatoria que ya cuenta con más 2 mil “confirmados” y unos 10 mil “interesados” en el evento.