La pseudoconsulta aeroportuaria se saldó como se tenía que saldar: con una caída del peso y una serie de movimientos tal vez no dramáticos, pero muy preocupantes de empresarios, bancos, calificadoras, en México y en el mundo, que esta vez digamos que se limitaron a marcar el foul, hicieron las paces con el Gobierno electo y llamaron a la calma. Nada definitivo, nada catastrófico, aunque el golpe es mucho más duro de lo que sugieren las sonrisas autosuficientes de los compañeros del Gobierno electo. Queda, en todo caso, una pregunta: ¿es realmente posible hacer las paces? Ojalá que sí, porque de otro modo, perdonarán el tono apocalíptico, el panorama pasa del gris oscuro al negro obsidiana.

Días antes de la consulta, Leo Zuckermann, conocido por su temple crítico hacia el Presidente electo y su entorno, me decía que era imposible que hicieran una salvajada como cancelar Texcoco. Que la consulta era una puesta en escena; que había un acuerdo con Slim. Y sí, fue una puesta en escena, pero destinada a hacer la salvajada: adiós aeropuerto. Desde ese día, más vale entender las cosas de otra manera. Porque hay dos posibilidades. Una es que, como temían muchos, la administración entrante, en lo que respecta a la comprensión de los mercados globales y nacionales, la economía, las finanzas, entienda poco y mal y llegue dando palos de ciego. El resultado será una decadencia progresiva de la salud económica de México, tan dudosa como quieran, pero susceptible de empeorar. Ésta es la posibilidad optimista: permite vislumbrar la esperanza de que rectifiquen, llamen a filas los que sí entienden antes del desastre completo y sólo hayamos perdido un, digamos, par de años.

Porque está la pesimista: que la cuarta transformación entienda poco y mal de los mercados, las finanzas, la economía –ésa es la constante–, pero entre en guerra con ellos, como es legítimo temer luego de las declaraciones posteriores del Presidente electo, banderita socialista incluida, o de las amenazas de Claudia Sheinbaum contra el Gran Premio. Prepárense entonces, porque en ese escenario, el del estatismo, el antimercado, no es que se pierda un par de años: es que se ganan sexenios de autoritarismo y empobrecimiento. Eso es lo que nos debe preocupar, y mucho. Porque con la presidencia, y la capital, y las cámaras, y casi todas las alcaldías y un montón de gubernaturas, o sea, sin contrapesos, no hay mucho que podamos hacer, queridos conciudadanos, para evitarlo.

Que pasen un muy feliz fin de semana.