Las guerras, tal y como las conocemos, ya han desaparecido. El caballo de batalla por excelencia del siglo XXI es el espacio cibernético.

El concepto de batalla militar tal y como lo concebimos también ha desaparecido. Es lógico, el campo cibernético ha recorrido tanto en tan poco tiempo que supera al hombre y desafía al tiempo. Cuando entendemos los últimos avances en Internet, ya no queda tiempo para llevarlo a la práctica y el tiempo se destruye a sí mismo ante la realidad de la rapidez.

Tradicionalmente siempre existieron tres dominios para la batalla: tierra, mar y aire. Los Estados demostraban su musculatura a través de guerras ganadas de manera ortodoxa. Hoy, esos dominios se amplían a cinco. Por una parte el espacio con los satélites que vigilan, supervisan y, en muchos casos, espían a los diferentes Estados y por otro el campo cibernético, que es donde realmente se libran las guerras más importantes.
La pretensión de los Estados es conseguir información. El motivo es simple: pretenden conocer las debilidades del enemigo para atacar sus puntos más vulnerables.
Luego está el “pirateo”. Son auténticos filibusteros que buscan conocer los avances de otros Estados en diferentes materias para apropiarse de los últimos logros. De esa manera son los Estados pirata los que consiguen la información más sensible de otros.

Se trata, pues, del nuevo concepto de guerra; una guerra que no se libra ya en grandes campos abiertos ni en ciudades sitiadas. No, se llevan a cabo en ordenadores. Son mucho más silenciosas, pero también más devastadoras que una guerra convencional.

Está mucho más avanzado que lo que creemos, y toda la información que se requiere se puede conseguir. Es sólo una cuestión de paciencia y dinero.
Incluso los secretos mejor guardados, aquéllos que no están encriptados en ordenadores vinculados a Internet, sino en una simple red eléctrica, incluso esa información se consigue.

Hollywood es la que mejor afina. Tal vez porque dispone de la mejor información. La longevidad de los seres humanos, la guerra en el espacio, los teléfonos inteligentes capaces de dominar al ser humano en un futuro no muy lejano y tantas situaciones más que parecen hoy inimaginables ya existen, y seguirán existiendo.

La película del Hombre Hormiga es un claro ejemplo. Ese ser diminuto puede conocer tantos secretos sensibles cuantos quiera. Su capacidad de volar y de ver lo que el resto no puede –por su pequeño tamaño– hace que los países puedan conseguir ni lo que ellos mismos piensan. No son hombres esas “hormigas”, sino ínfimos robots, pero ya existen.

El mundo siempre estuvo amenazado, pero ahora más, y de manera más sofisticada. Por eso somos vulnerables. Y la paradoja. Queremos preservar la tierra, pero la golpeamos permanentemente. Eso hace que nos encaminemos a ser cada vez más vulnerables.