Las ramblas. “El que estuvo aquí, no habla” dice con la voz entrecortada, escondida entre rosas y tulipanes, una florista; de las que en su época inspiraban al poeta Federico García Lorca. Parada a escasos metros del mosaico de Joan Miró sostiene un clavel rojo, escucha atenta, niega con la cabeza. Ella, como la mayoría de los vendedores de los quioscos y tenderos de la emblemática zona de la Ciudad Condal prefieren callar, no recordar ni remover ese sentimiento de rabia e impotencia. Un año ha pasado de aquel atentado terrorista en Las Ramblas y Cambrils que silenció a Cataluña entera.
Eran cerca de las cinco de la tarde y como cada verano, Las Ramblas lucían plenas de gente. Francisco Molina atendía su local de jugos frescos. Hacía calor. “Estábamos trabajando aquí, de pronto pasó una furgoneta, recuerdo ver a la gente herida, una cosa que me impresionó muchísimo, todavía estamos afectados”, narra.
El momento fue muy rápido y “no reaccionamos hasta que vimos a los heridos y algunos muertos”, cuenta casi susurrando, de pie detrás de aquella heladera que conserva frescos los batidos de fruta. Mira al asfalto antes de hundir su mirada cerca de uno de los gruesos y fuertes árboles. “Vi enfrente a una persona pequeña, estaba muerta…”, recordó. Luego volvió a caer el silencio.
Ese 17 de agosto del 2017, 16 personas perdieron la vida. 13 de ellas en Las Ramblas, 2 en Cambrils; y una más asesinada en Zona Universitaria de Barcelona.
Un error de los terroristas cambió el rumbo del atentado. Un día antes del atropello en Las Ramblas se registró una explosión en Alcanar, justo a las 23.17 horas. Al día siguiente, Younes Abouyaaqoub de 22 años de edad, entró a Las Ramblas en una furgoneta blanca atropellando a cientos de personas. El sistema de seguridad del vehículo hizo que se detuviera justo sobre el mosaico de Miró, 700 metros abajo. El daño estaba hecho. Se desató el pánico. Younes aprovechó el caos para huir por el mercado de la Boquería y después salir caminando por la Plaza de la Gardunya. Se desplazó 6 kilómetros hasta la zona de Les Corts, cerca del Camp Nou. Ahí, justo en la zona universitaria, acabó con la vida de Pau, que en ese momento se encontraba subiendo a su automóvil.
El terrorista escapó. La operación jaula implementada por la Policía local había bloqueado todas las salidas y entradas de la Ciudad Condal. Pero Abouyaaqoub, al encontrarse con el operativo se detuvo un momento frente a los agentes, arrolló a uno para poder fugarse.
1:15 am. La desolación recorría Cataluña entera. La gente aún incrédula que no podía dormir, miraba las noticias. Fuera de Barcelona, en Cambrils, los lugareños tomaban un respiro, caminaban por el Paseo Marítimo vigilado por los Mossos de Esquadra. Fue entonces cuando un automóvil aumentaba la velocidad para investir a los policías y a los transeúntes. Los Mossos reaccionaron rápidamente y abatieron a los 5 terroristas evitando una catástrofe de mayor proporción. Los criminales portaban cinturones con explosivos falsos.
La solidaridad
María es psicóloga. Ese día caminaba por Plaza Cataluña para encontrarse con una paciente. “Iba saliendo del metro (estación Catalunya, ubicado sobre el inicio de la Rambla) cuando me percaté del caos, lo vi de lejos, la gente comenzó a gritar y a correr hacia donde yo estaba, no sabía exactamente lo que estaba ocurriendo pero el pánico genera pánico y corrí junto con toda la gente” recuerda la joven barcelonesa.
“Vi un portal abierto, el miedo no me dio para pensar en ese momento, entré para ponerme a salvo, comencé a tocar puertas suplicando me abrieran”. Desde uno de esos pisos respondieron a su llamado. Un chico extranjero con su pareja, que no sabían lo que estaba pasando, pero ayudaron a María.
“Me dejaron entrar, les dije lo que había visto, había perdido un zapato entre los empujones, me caí mientras corría con la gente, la situación para ellos era rara”, recuerda. Encendieron la televisión, vieron lo que estaba ocurriendo, no salieron del lugar hasta caída la noche.
Una estampida de gente entró al Mercado de la Boquería, donde Manel Navarro cumplía con su trabajo como guardia de seguridad. Escuchó un estruendo y vio gente sin control alguno entrar para esconderse ya sea en los puestos o buscando la puerta de atrás. “Había muchos gritos, no sabían que pasaba. Yo corrí en dirección contraria a todas aquellas personas, no piensas en nada, sólo en ayudar, es mi trabajo”, recuerda con serenidad.
Manel cruzó la calle. A su alrededor, recuerda, había “carreras, gritos, gente en el suelo. Pedían ayuda, otros inmóviles. La primera imagen fue la del cuerpo de un niño”.
“La policía llegó en segundos. O eso me pareció a mí”, cuenta Francisco. Ahí estaban los dos. Manel, junto al pequeño por el que “no podía hacer nada”, cuenta con frustración. Francisco, que desde su quiosco parece repasar en la mente aquella escena. “Sí. Recordamos ese momento, pero no nos gusta hablar de eso”, dice Francisco. “Nada cura lo que pasó” sentencia Manel.
Aquellos días Las Ramblas se llenaron de altares espontáneos con mensajes de amor, paz y unidad que tanto locales como turistas depositaron “sobre ramos frescos de esperanza y donde acude agitando lágrimas y cintas en las coronas para sus muertos.” Aún es posible transportarse a esa Barcelona de hace un año, en la que millones de flores cubrieron los mosaicos bañados de miedo y desconsuelo. Aún podemos pararnos sobre la obra de Miró y ver a esa gente barcelonesa emocionada, unida, conmovida, portando pancartas de aliento. Aún se puede ver aquel hombre de edad avanzada que se metió entre la multitud y comenzó a gritar “No tinc por” (no tenemos miedo) despertando la valentía de los presentes. Aún podemos ver a los taxis adornados con globos recorriendo de arriba abajo Las Ramblas mientras hacían sonar el claxon.
El 17 de agosto quedará marcado en la historia de Cataluña como uno de los más tristes, pero el barcelonés nos sorprendió con su fortaleza, y así como decía Lorca en su poema a las floristas de la Rambla, Cataluña habla:
“Levántate mañana para vernos, nosotros somos el día”