Foto: Reuters No éramos mayoría en las gradas, pero el himno retumbó en las tribunas  

Nunca vamos a comprender porque nos pasa siempre a nosotros. Que tiene el destino en contra de nuestros sueños y anhelos. Samara era el escenario perfecto para romper con esa tradición mundialista de hacer maletas en octavos de final. En frente, teníamos a la pentacampeona del mundo, al Brasil de las estrellas soñadas, de Coutinho y Neymar, de Paulinho y Casemiro, de Willian. Llegamos fuertes, sonrientes, confiados, esta vez no era necesario cantar el “canta y no llores” hoy no lloraríamos, celebraríamos el paso adelante, el quinto partido.

 

No éramos mayoría en las gradas, pero el himno retumbó en las tribunas. Mexicanos al grito de guerra, era el sonoro rugir de una nación. Vinieron las plegarias, las manos al cielo, Chicharito hincado en el centro del campo, la plegaria al divino, hoy nos tenía que cambiar el destino.

 

México jugó con señorío, gallardo, guerrero. Mostró un fútbol de categoría, mostró su madurez en el campo. Así es esta generación preciada, esta generación que merecía, a entender de muchos, un mejor destino, un mejor final. Porque no les importaron las críticas, pusieron el pecho en los contados descalabros, callaron bocas, demostraron a base de trabajo que tenemos para más, que podemos ser más y bien hechos. Se superaron y nos hicieron ver con orgullo que no solo hay que imaginar cosas chingonas, sino esforzarnos para conseguirlas, para merecerlas.