Foto: Reuters Nuevamente los octavos de final nos detienen, nos dejan en el camino mundialista, nos frenan la ilusión, la esperanza de alcanzar ese sueño  

México arrancó el partido con una propuesta seria, muy a la europea. Jugadas fabricadas que concluían en el área brasileña. Rafa Márquez dirigía desde el medio campo, con toque fácil y colocación. Andrés Guardado y Carlos Vela hicieron bailar samba a la Canarinha dentro de su área. Guillermo Ochoa le refrescaba la memoria a un impaciente Neymar que buscaba llegar más al campo contrario.

 

Esa era la realidad de Brasil, estrellas temidas arrinconadas por la gallardía mexicana. Tuvieron sus momentos siempre a velocidad. Willian en punta intentaba hacer daño, desequilibrar la estrategia planteada por Juan Carlos Osorio.

 

Los rubios se hicieron notar a pases de Vela, Chicharito tomaba el esférico para fintar y dejar atrás a Miranda, nada. Guardado toma el balón, pase largo al área contraria, el Chucky con una calidad técnica para conectar al centro, pelota que no alcanza Hernández. México insistía, Chicharito de tacón para Guardado, Guardado para Vela, Vela para Chucky quien no puede pasar con la marca brasileña. Faltaba ver a Héctor Herrera quitarse la marca de Miranda como un maestro engalanando su opera prima.

 

El Tricolor dominó el terreno de juego con mayor posesión del esférico, sin embargo, en los primeros 45 minutos los dirigidos por Tite logaron llegar tres veces a la portería de Paco Memo, quien la defendió con uñas y dientes.

 

Brasil se encerró unos minutos en el área mexicana, una Canarinha bien parada atrás, poco certera pero organizada al final. No lució como otras veces, pero aprovechó bien los espacios para llegar Neymar y Coutinho. Jugadas a balón parado, mucho tiempo perdido, querían bajar el ritmo, pero México seguía con ambición.

 

Se desafío al rival, al clima y al esquema de Tite. Faltó contundencia en la definición, ese dominio de campo no tuvo sus frutos ante la defensa verdeamarela, Thiago Silva no nos permitió esa libertad. Esos desmarques de Hirving Lozano ante Casemiro y Paulinho, esa categoría de Carlos Vela, esos balones que coreaban las gradas y que nunca llegaron al fondo, a la red de Alisson.

 

Tenía que ser un contragolpe de Brasil. Neymar con un tacón le pone un espectacular pase a Willian. Carlos Salcedo intenta frenar al brasileño quien no dudó en potenciar el balón hacia la portería de Memo Ochoa. El muro se derribó, el esférico estaba dentro, Neymar festejo, fue y con un gesto calló a la afición mexicana.

 

México se fue al frente, buscó por todas las vías igualar ese marcador lo antes posible, pero fue cayendo el ritmo, comenzaron a salir las tarjetas amarillas, las actuaciones de Neymar, más tiempo perdido en el campo, lo que crea un pique entre el astro brasileño del PSG y Miguel Layún que intenta, con un pequeño gesto, mostrar su poderío frente Neymar. Dejar los tacos levemente sobre el tobillo del derrumbado jugador, quien exagera la reacción y mientras la grada trata de calmar los ánimos cantando el Cielito Lindo, el Tricolor en el campo pide no perder más tiempo.

 

El juego de México le costó una tarjeta amarilla a Casemiro, quien se pierde los cuartos de final. El tiempo en reloj corría rápidamente en contra de los nuestros, y fue cuando Neymar volvió a su carrera vertical, para que Firmino terminara con la ya poca esperanza azteca.

 

Nuevamente los octavos de final nos detienen, nos dejan en el camino mundialista, nos frenan la ilusión, la esperanza de alcanzar ese sueño, por lo menos ese quinto partido. Esta generación nos hizo pensar que estábamos cerca de esa gloria, hasta este 2 de Julio, cuando la pentacampeona del mundo nos tiró el ancla al suelo.