Hay cálculos en Estados Unidos que hablan de nueve o 10 millones de votantes arrepentidos de haber llevado a Donald Trump a la Casa Blanca.

Esos votos en su momento pudieron haber servido para no llevarlo a la Presidencia estadounidense. Hoy no le hacen mella, porque su base de seguidores, muchos radicales, lo azuzan para que siga con sus políticas absurdas.

Trump es Presidente de Estados Unidos porque se supo vender muy bien como un antisistema. Porque entendió muy bien que la gente estaba a disgusto con lo que tenía.

Pero si Donald Trump puede hoy aplicar sus políticas radicales y absurdas y se mantiene en el poder como si nada, es porque tiene detrás de sí una base de electores que son tan radicales como él.

Nos puede horrorizar que desde el poder de la Casa Blanca se haya optado por separar familias de aquéllos que cruzan la frontera de manera ilegal buscando una oportunidad para vivir mejor. Pero la realidad es que hay millones de personas que respaldan esa política y que no tienen empacho en considerar a un latino como un ser inferior.

Los radicales encontraron quien los represente y qué mejor que desde la cúpula del poder, sin importar el precio para los demás.

Otra vez, hay millones de electores arrepentidos que no tomaron una decisión sabia a tiempo y que votaron en la ola del enojo temporal. Hoy tienen que vivir con ello y esperar a las siguientes elecciones para tratar de derrotar a muchos más millones de electores que viven felices con el vuelco radical que ha dado Trump a su país.

Por lo pronto, la manera como se ha podido limitar los alcances de este personaje es a través del ejercicio del poder desde el Congreso y los estados.

No es un secreto que Donald Trump admira a los más despreciables dictadores del planeta, básicamente por el poder omnímodo que tienen.

Demócratas y no pocos republicanos les han puesto barreras legislativas a los planes radicales de su Presidente. Sólo basta con revisar en su cuenta de Twitter, su arma favorita, cuántos disparos ha lanzado en contra del Congreso y en especial de los demócratas para ver cómo en su visión autoritaria el Congreso le estorba.

Los otros diques son locales, muchos gobernadores que le paran los carros a Trump en sus pequeños ámbitos de competencia.

Muchos decían que Donald Trump era un candidato radical, que sus propuestas alocadas no serían decisiones de gobierno irracionales. Que bastaba con que llegara al poder para que se moderara. Nada más alejado de la realidad. Quien vota por un radical, debe esperar decisiones radicales.

Los que comparten una visión de ruptura se sienten plenos, pero los que en su voto expresaron su enojo, suelen arrepentirse de su decisión electoral.

Y es el Congreso el único contrapeso real que le queda a Estados Unidos para evitar que pueda llevar a su país a una confrontación total tanto dentro como fuera de sus fronteras.

Lástima que nadie aprende en cabeza ajena.