Andrés Manuel no es solo un hombre, sino un pueblo”, escribió Antonio Attolini en su cuenta de Twitter hace unos días. Esta frase, de uno de los líderes más visibles del hoy extinto movimiento #YoSoy132, aglutina, por lo menos, tres razones para la justificada suspicacia –otros lo llamarían temor– que existe alrededor del proyecto de AMLO.

La primera y más visible de manera cotidiana: la radicalización de algunos de sus partidarios, sobre todo en redes. El caso ya mencionado es ejemplar: alguien que llama “hombre-pueblo” a otro, claramente ha dejado atrás toda concepción de mesura y sano cuestionamiento, depositando todas sus legítimas aspiraciones de cambio en un sujeto que ni él ni nadie realmente conoce –como nadie realmente conoce a Meade o a Anaya–.

Aquél no fue un caso aislado. Yo debatí con una candidata a diputada por MORENA que se refería a AMLO como “un genio” y como el único capaz de arreglar el país –deténgase a pensar las implicaciones republicanas e institucionales de la palabra “único”–. Fue un espectáculo triste: ver en vivo el proceso de una mujer despojándose de su cerebro es tan crudo como se lee. Los demás no sabíamos si hablaba en serio, pero lo hacía, y desde ese momento me quedó claro que nadie que se precie de inteligente, puede ser un fanático.

Otra razón tras la frase de Attolini es un tanto más preocupante, en un sentido organizacional interno: habla de un modelo que premia la fe ciega y el comportamiento sectario. La reacción de Yeidckol, presidenta de MORENA, al reportaje de El Universal sobre las omisiones patrimoniales de Miguel Barbosa –su candidato a gobernador de Puebla, que ocultó en su #3de3 diversas propiedades en la CDMX y Puebla–, es sintomática: ante la nota, declaró: “no me distraigo en tonterías”, y continuó a un “no se valen los votos cruzados, eso es traición a la patria”. La receta en acción: fe ciega ante la “incorruptibilidad” de MORENA, y sectarismo que llama “traidor” a quien piensa distinto.

Frente a esta situación, el modelo menos acorde a dicha receta parece ser el de la coordinadora de campaña de AMLO, Tatiana Clouthier, quién declaró: “yo promuevo el voto para Andrés, invito a votar por él a nivel presidencia, si (a los electores) no les gustan los demás candidatos, no les den el voto“. Esto complementó una declaración posterior, misma que recogió Nación321: “(Clouthier) no está de acuerdo con el tabasqueño en pedir voto parejo en las elecciones pues ella considera ‘saludable’ un contrapeso en el Congreso”.

Por último: ¿el hombre-pueblo se puede equivocar? Si líder y masa son uno mismo –elemento narrativo común del populismo, digamos, “negativo”– pero las cosas salen mal, ¿de quién es la culpa? El “movimiento” no puede culpar ni al líder ni al “pueblo” delimitado por ellos. ¿Qué queda? Culpar al diferente, ya que el sectarismo no incluye admisión de responsabilidades, solo su tergiversación. En caso de victoria y fallas, este dilema va partir a MORENA en moderados y radicales. Dicho conflicto surgirá naturalmente por encumbrar al unísono templados como Alfonso Romo y Clouthier y extremistas como Paco Ignacio Taibo y Manuel Espino.

México debe mantener a los radicales de cualquier proyecto político en donde pertenecen: en las orillas de la sociedad. Votar por AMLO es votar por una posibilidad considerable –mas no absoluta– de que el ala radical tome las decisiones si le gana la partida a los moderados. México no merece ser rehén en un proceso de definición ideológica partidista.

@AlonsoTamez