Es un efecto mariposa que tendrá repercusiones enormes para un país que perderá rápidamente su liderazgo mundial.

La presidencia de Donald Trump traerá daños profundos a Estados Unidos; muchos serán irreparables y otros tantos tardarán años en corregirse tras la salida de Trump de la Presidencia en dos o seis años más.

Y pensar que todo empezó por un arranque de los electores frente a las urnas, así como lo hicieron los británicos al votar por el Brexit y después arrepentirse o los venezolanos que por enojo llevaron al poder a Hugo Chávez.

Los estadounidenses hoy están más divididos que nunca. No es sólo una fragmentación política entre los simpatizantes de los demócratas y de los republicanos. El fenómeno va más allá; cruza las fronteras de la polarización y el encono.

Sobran los ejemplos, pero tomen aquél del abogado neoyorquino que se alteró e insultó a dos trabajadoras en una cafetería por hablar español. A este acto de violencia le sucedió otro no menos radical: cientos de personas protestando con mariachi frente a su departamento en Manhattan.

Si alguien tiene cara de “mexicano”, corre peligro de ser violentado; si la secretaria de Seguridad Interna tiene el descaro de cenar en un restaurante mexicano, fue expulsada. Ésa es la herencia social de un radical como Donald Trump.

La separación de los niños migrantes no sólo marca a esta administración que la coloca al nivel de los más perversos gobernantes de la historia, sino que estigmatiza a un país al que se le identifica con las peores prácticas de lesa humanidad del planeta.

Y en lo económico, la presente administración no acaba de entender que le tocó llegar al gobierno en la parte alta del ciclo económico y que la fase de expansión no es un triunfo de Donald Trump.

Desde la Casa Blanca se toman medidas que pueden acabar por acortar la fase expansiva y llevar a una caída abrupta de la economía.

Los beneficios fiscales son una virtud que posee la economía estadounidense que tiene la capacidad de incurrir en déficits que después corrige con relativa facilidad. Pero la soberbia comercial del gobierno actual puede descarrilar el crecimiento.

Los aranceles al acero, al aluminio, a una larga lista de productos chinos terminarán como un búmeran en contra de los consumidores estadounidenses.

No sólo porque con ese acero y aluminio se producen internamente bienes de consumo, sino porque la respuesta arancelaria de los afectados puede perjudicar las cadenas productivas estadounidenses con todo y la pérdida de empleos.

Y ni hablar del capítulo de la guerra comercial con China, que involucra muchos productos de consumo cotidiano de los ciudadanos estadounidenses.

Donald Trump está dejando una huella negativa en su país. Pero el mundo entero sabe que no es culpa del gobernante, sino de esa población ignorante e irreflexiva que lo llevó al poder.

Y esto habrá de tener costos altos para el liderazgo de un país que no sólo dejará de ser la más grande potencia económica del mundo en poco tiempo, sino que perderá aquella fama de la tierra de la libertad.