La sentencia contra Iñaki Urdangarin, cuñado del rey Felipe VI, con cinco años y 10 meses de cárcel, representa mucho más que una mera sentencia. Se trata de lanzar un mensaje a una ciudadanía española que está más que harta de las corruptelas e impunidad en las que se han movido durante años muchos políticos.

La figura de Iñaki Urdangarin es muy relevante. Forma parte de la familia del Rey. Pero cuando esa cuestión se adopta como una llave para recibir prebendas, puede acabar como ha acabado.

Iñaki Urdangarin creó un instituto sin ánimo de lucro -llamado Noos-, y se lucró con contratos a dedo por ser cuñado y yerno de reyes, hasta conseguir una fortuna de más de 20 millones de dólares. Le llaman prevaricación, tráfico de influencias, malversación de caudales públicos, fraude y delitos contra la Hacienda Pública; en otras palabras: corrupción, corrupción pura y dura. Y al final se paga.

Además, la sentencia final fue benévola. En un principio se solicitaban 19 años de cárcel que al final se vieron rebajados a cinco años y 10 meses. Por eso Urdangarin se suma a una pléyade de políticos que han caído –algunos ya se encuentran en prisión, otros están siendo investigados.

Y no sólo políticos. Hace escasas dos semanas, el gobierno del ex presidente Mariano Rajoy fue sentenciado por actos de corrupción. Una moción de censura acabó con el Ejecutivo de Rajoy, algo que la ciudadanía española, en el fondo y en la forma, estaba exigiendo. Porque un Gobierno puede hacer una buena o mala gestión, pero si por sus venas corre el cáncer de la corrupción, ese Gobierno no puede seguir. Eso fue lo que le pasó al Ejecutivo de Mariano Rajoy.

Pero da igual un partido u otro. El Partido Popular, por ejemplo, tiene varias causas abiertas: el caso Lezo, Púnica, Gürtel y otros tantos. Pero resulta que el Partido Socialista no se queda atrás con el caso de los ERE, que ahora se está dirimiendo en los juzgados andaluces y que se trató del mayor escándalo de corrupción de la democracia española.

Más de mil millones de dólares que estaban destinados a la formación de los miles de desempleados andaluces nunca llegaron a su destino. Se quedaron por el camino en las manos de políticos, sindicalistas y amigos en una red de clientelismo casi inextricable.

Por eso creo que la prisión para Iñaki Urdangarin era irrefutable. Ya está bien que los españoles nos desayunemos, un día sí y otro también, con un nuevo caso de corrupción y que durante muchos años aquí no pasara nada.

Si cae el cuñado del Rey, ¿por qué no podría caer cualquier otro?