Una acepción de “identidad” es “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”. Sin embargo, en tiempos recientes se ha desdibujado con mayor velocidad lo que entendíamos como “identidad partidista”, gracias en parte a dos elementos: la promiscuidad política y las narrativas reduccionistas –aclaro: no me refiero a la “identidad partidista” medida por encuestadores, que es adhesión o rechazo a un partido; sino a su esencia ideológica diferencial, antes más clara que hoy–.

Sobre lo primero, veamos el caso de cuatro partidos políticos. El PAN, por ejemplo, empezó a perder su identidad democristiana ante el militante tradicional de derecha y parte de la opinión pública, tras sus alianzas pragmáticas con el PRD desde 2010. Su única coincidencia anterior a ese año era haberse opuesto sistemáticamente al PRI. Hoy van juntos por la presidencia, en un ejercicio abominable para algunos derechistas que ubican al PRD solo como expriistas rebeldes. Ser panista hoy es hacer caso omiso a las contradicciones ideológicas del partido –es decir, relegarlas al segundo plano–.

Para el PRI, los ataques por su “pérdida de identidad” empezaron en tiempos de De la Madrid. Cuando aquel eje identitario predominante llamado “nacionalismo revolucionario” –Estado grande y a veces obeso; proteccionismo; supuesta legitimidad de origen, etc.– se sustituyó por un enfoque de control progresivo del gasto, reducción del aparato estatal y apertura comercial, sujetos como Cuauhtémoc Cárdenas –después fundador del PRD en 1989– criticaron la pérdida de aquella brújula “revolucionaria” adscrita al priismo prácticamente desde su fundación en 1929.

Después, con Salinas, el PRI sufrió otro golpe identitario al negociar con el PAN –segunda fuerza en ese entonces– espacios políticos y reformas legales –las “concertacesiones”–. Si bien pueden haber justificaciones pragmáticas, la izquierda comenzó a decir que eran hermano grande y chico, o que eran gemelos. Cabe resaltar que tanto Salinas como Peña quisieron reorientar la identidad tricolor hacia una eficacia con perspectiva social, sin éxito; por lo mismo, ser priista hoy es vivir “a salto de mata” argumentativo.

El PRD, que nació con cierta legitimidad tras la cuestionada elección de 1988, tuvo una identidad clara por un tiempo al ser visto como la “única opción de izquierda” y como una agrupación moderada –en contraposición con parte de sus genes, los comunistas mexicanos–. El PRD, como mencioné antes, nació para resucitar el “nacionalismo revolucionario” que el PRI había dejado. Pero tras dos derrotas de Cárdenas, dos de AMLO, y la salida de este para construir MORENA, perdió rumbo y justificación –el costo de apostarle a solo dos personas en 24 años–. Su lema “Democracia ya, patria para todos” se quedó en aspiración sin competitividad. Hoy, ser perredista no significa prácticamente nada.

En el caso de MORENA, su composición no requiere de mucha identidad, ya que es un partido personalista, pragmático –pensado para ganar una elección–, y compuesto de militantes de otros partidos. Si bien hoy goza de salud, la identidad de MORENA depende del estatus político de AMLO –cuya propia identidad parece estar en los terrenos del “nacionalismo revolucionario” en lo económico, y conservador en lo social–, y por lo tanto es insostenible en el largo plazo. Ser morenista hoy es darle un cheque en blanco a un hombre que nadie realmente conoce; es renunciar al criterio propio en aras de “la línea”, como en las mejores épocas del partido hegemónico.

Sobre lo segundo que ha diluido las identidades partidistas ante los ojos de los mexicanos –las narrativas reduccionistas–, es sencillo poner un ejemplo: el tema del “PRIAN”. Cuando se borran a conveniencia las divisiones entre partidos porque un sujeto dice que “son lo mismo” y omite todo en lo que sí discrepan, la identidad partidista es la primera afectada.

Esto no solo es arma de AMLO. Otras reducciones absurdas vienen también desde los extremos del PRI y del PAN. El priista duro suele creer que el mexicano necesariamente necesita una mano igual de dura que guíe su actuar; y el panista de corte reaccionario quiere reducir la diversidad a sus cánones religiosos y “morales” porque en el fondo, le apenan y molestan los diferentes. Actitudes como estas fomentan la generalización, limando las esquinas características de los partidos; por eso, a veces todos parecen esferas.

@AlonsoTamez