Leo que crece entre los jóvenes una tendencia sexual conocida por el nombre de solosexualismo. En Twitter, donde de veras no tienen madre, pululan en respuesta ironías del tipo “Los millenials aprenden a jalársela” o, en una terminología más vieja, “a torcerle el cuello al ganso”. Es imposible no celebrarlas, pero la tendencia a que me refiero, propugnada ya en eso que se conoce por “colectivos”, implica al parecer ciertas complejidades.

La nota de El País añade con sorna que no se trata del rapidito autoinfligido en la ducha o de lo que un amigo llama “chaquetita y a dormir”, digamos, sino de hacer de la masturbación una experiencia “de horas”, que puede además endulzarse con parafernalia diversa, y sobre todo de elevarla a la categoría de ejercicio “de autonomía y libertad”. Podrían haberlo dicho antes, para atenuar las confusiones de la pubertad. Por lo demás, todos mis respetos para estas cofradías de chairos –uso aquí el termino en su acepción original–, incluidos aquellos que fatigan la práctica desconcertante de reunirse en grupos a masturbarse mientras ven a los otros hacer lo propio (“orgías”, les llaman).

Pero este no es mi punto.
Mi punto es que esta práctica me lleva a celebrar otra, muy criticada y no sin buenas razones, que es la de hacer una fiesta con algunos compañeros de la selección y “30 escorts VIP”. No se trata de celebrar el comercio sexual, en caso de que se haya tratado de eso, ni de ser ciego a lo que padecerán las mujeres de los jugadores cachados en semejante desliz. Soy empático. Pero en términos estrictamente futboleros la noticia puede ser buena. La masturbación es en general una práctica solitaria, que implica respeto a los territorios sexuales ajenos y una cuota de introspección.

Llamar a un grupo de escorts que tal vez no lo sean (una de ellas, tuitera graciosa, dice en su cuenta que es una simple fan) y disfrutar de su compañía con los tuyos, con tu tribu, tu manada, requiere, en cambio, de dos características muy necesarias en el fútbol: esprit de corps, espíritu de grupo, pues, y espíritu de conquista: la del territorio sexual ajeno, sea por la vía del dinero o de la fama. Bien, pues, que nos preocupemos por la fiesta con esas mujeres. Pero no perdamos el foco. La fiesta implica tal vez, que los que saldrán a los estadios rusos a luchar por el orgullo patrio no serán 11 individuos, sino una manada de lobos. La verdadera tragedia sería que los nuestros empezaran a encerrarse solos, por horas, en el baño.

¡Fuerza, muchachos!