Su natal Francia se quedó estupefacta al descubrir que Zinedine Zidane anunciaba a los cuatro vientos su salida del Real Madrid en plena gloria tras conquistar la tercera Champions League como entrenador del equipo blanco.

Retirarse en la cúspide del éxito, como los buenos jugadores de los casinos (sin olvidar a The Beatles), ayuda sin duda a inmortalizar la leyenda. La de Zizou siempre será grandiosa. Hizo historia con clase y elegancia.

Hace 20 años, cuando el equipo de Francia derrotó a Brasil en la final del Mundial en el Estadio de París, Zidane fue elevado a los altares del deporte nacional. En el partido definitivo, que puso en estado de euforia a todo el país, Zizou, de 25 años, consiguió dos de los tres goles franceses y se convirtió en el arquitecto indiscutible del triunfo de los Bleus (3:0) que marcó un antes y un después en la historia del balompié galo.

El país anfitrión ganaba su primera Copa del Mundo con una Selección que simbolizaba la Francia multirracial del umbral del siglo XXI. El padre de Zinedine, oriundo del norte de Argelia (de la región de Kabilia), emigró a la ciudad francesa de Marsella en la década de los 70, ahí trabajó como vigilante nocturno en un centro comercial. La noche de aquella espléndida victoria, el 12 de julio de 1998, el rostro de Zizou, acompañado del letrero “Zidane para Presidente”, iluminaba el Arco del Triunfo ante el éxtasis de cientos de miles de personas que abarrotaron la Avenida de los Campos Elíseos.

Hay otro tipo de reflexiones que provocan en la sociedad francesa el muy chic adiós del Picasso galo del futbol, hoy todo un caballero de 45 primaveras que arranca suspiros de admiración en el mundo entero.

No hay que temblar ante la idea de abandonar la carrera en pleno apogeo, ya sea para evitar caídas brutales, para reinventarse a nivel profesional o simplemente para matar el hastío.

No es necesario ser un astro del futbol con impactantes ganancias para pensar en la posibilidad de empujar la puerta que transportaría a la esfera de los sueños. Es bonito navegar entre la utopía y la realidad.