No goza de cabal salud, pero los tres participantes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no parecen tener planes de practicar la eutanasia a este pacto, incluido Estados Unidos.

Lo que sí parece un hecho es que las pláticas de la renegociación para modernizar el acuerdo comercial no parecen dar signos de vida. Están, digamos, en estado de coma.

Más que un matiz, es una distinción importante, porque mientras ninguno de los tres países anuncie formalmente su deseo de abandonar el pacto, éste se mantiene vigente como desde hace más de 24 años.

Viene a cuento porque por las reacciones que se han dado en los medios de comunicación e incluso en el mercado cambiario, parecería que estamos en la antesala del rompimiento del TLCAN.

E incluso en el caso de que así lo hiciera alguno de los socios, específicamente Estados Unidos, los tiempos contemplados por la legislación de ese país le darían un poco de vida artificial al TLCAN, de entrada porque eso lo tiene que aprobar el Congreso, y hoy ese poder legislativo en Estados Unidos no está políticamente vigente por las elecciones de noviembre.

Pero más que un asunto de agonías, ni siquiera Donald Trump parece dispuesto al suicidio político de la cancelación del TLCAN.

Hay dentro de los Estados Unidos un frente amplio de sectores productivos y políticos republicanos que advierten a su Presidente los enormes costos que tendría para su país cancelar el acceso que tienen a Canadá y México.

Costos económicos para los empresarios y costos políticos para el propio Donald Trump, quien tendría que olvidarse de cualquier plan reeleccionista.
Porque aun sus tan consentidos armadores de coches y empresas siderúrgicas perderían miles de millones de dólares con el desmantelamiento de la economía de la región norteamericana.

Es cierto que la aplicación de aranceles al acero y al aluminio es un acto hostil en contra de sus socios, pero no alcanza ni por mucho la dimensión que tendría acabar con todo el tratado comercial.

Las represalias mexicanas y canadienses son del tamaño de un grano de arena comparado con la finalización del TLCAN.

Entonces, no está por demás insistir en que hoy el TLCAN tiene dolores, hay un diagnóstico de un tumor “trumpiano” que no es mortal por ahora, pero amenaza con crecer y extenderse hasta ser incontrolable, pero está vivo.

Eso sí, el pronóstico es reservado porque ese padecimiento provocado por Donald Trump amenaza con infectar todo el acuerdo. Está claro que todas las medidas que asume el gobierno de la Casa Blanca, aranceles incluidos, son para doblegar a mexicanos y canadienses.

Es la típica manita de puerco del grandulón bully que hostiga a los que parecen más débiles. Pero ni el gobierno de Justin Trudeau ni el gobierno de Enrique Peña Nieto se van a dejar.

Puede ser que la apuesta sea esperar al relevo del actual Gobierno mexicano para abusar de su inexperiencia y chamaquearlos. Aunque podrían encontrarse con peores intransigentes que ellos mismos.