Si uno revisa el promedio de encuestas que realiza Oraculus, se topa con una realidad dura como piedra: tras casi 6 meses de precampaña y campaña, José Antonio Meade no solo no ha crecido en las intenciones de voto sino que ha bajado, del 23.6 % que registró el 17 de noviembre pasado, al 20.2 % que proyecta para el 18 de mayo del año en curso –esta tendencia también la marca el barómetro electoral de Bloomberg–. No sé bajo qué parámetro se podría hablar de una campaña “exitosa”, “innovadora” o “que conecta”, ya que su único puntaje al alza es “conocimiento”: según Parametría, en octubre de 2017 solo 17 % de los mexicanos conocía a Meade; para abril de este año, subió a 76 %.

Existe un elemento crucial con el que podríamos concluir que esta elección simplemente no puede ser ganada por el PRI: el voto anti-PRI es bastante mayor que el voto anti-AMLO. Según el estudio de mayo de Mitofsky, 6 de cada 10 mexicanos nunca votarían por el PRI, mientras que solo 3 de cada 10 jamás tacharía a MORENA en la boleta –4 de cada 10 nunca votaría por el PAN–. ¿Esto qué significa? Que si Meade subiera al segundo lugar para un sprint final contra AMLO, este le ganaría al exsecretario de Hacienda y excanciller con mucha mayor contundencia que, por ejemplo, a un Ricardo Anaya con el Frente.

Sobre esto, veamos los careos de Parametría para abril: si los únicos candidatos fuesen Meade y AMLO, la carrera la ganaría el tabasqueño con 27 puntos de ventaja, pero si los únicos fueran Anaya y AMLO, el morenista ganaría por 12 –y en un Anaya-Meade, el panista ganaría por 26 puntos–. En otras palabras, esta elección tendría que sufrir un shock bastante extraño para revertir el predominante sentimiento anti-PRI, que se reparte entre dos opciones –AMLO y Anaya– que, juntas, suman el 73 % de las intenciones de voto para el mes de mayo, según Oraculus. Ahora, ¿por qué al PRI le conviene que pierda AMLO?

Primero, si Anaya gana, el PRI resurgirá más rápido porque MORENA entraría a una fase de reacomodos e inestabilidad, debido a que sin la presidencia, le será muy difícil pagar todos los compromisos políticos que ha adquirido, situación que generaría deserciones y fricciones. Además, el liderazgo real –no el moral, que seguiría siendo de AMLO– del partido, sería disputado por Sheinbaum, Monreal, y otros con cargos y recursos para buscar sumar a la militancia morenista a sus causas personales. En otras palabras, de no ganar AMLO, habría guerra civil en MORENA, y esta facilitaría el reagrupamiento del priismo.

Si gana AMLO, es probable que este, ya con recursos federales, vaya por la cooptación de la base electoral del PRI: “electores de clases populares, con bajos niveles de escolaridad y poca información política”, según el encuestador Alejandro Moreno, y muy similares a la base votante de MORENA –sin embargo, el voto para AMLO es más extenso que el de su partido; como dice Moreno, “una diferencia central entre Morena y AMLO es que este último atrae más votos de clase media”–. ¿Por qué AMLO intentaría algo así, y Anaya no? Porque en 2017, en el Estado de México se vio de manera clara que el traslado “más natural” del voto era del PRI a MORENA –insisto, bases de constitución similar–. Sería extraño que AMLO fuese por el panista clasemediero. Mi apuesta es que va intentar desfondar al PRI.

Si bien yo pienso que libra por libra Meade es el mejor hombre para la presidencia, la elección está girando en torno al rechazo al PRI, y ello desvirtúa –y manda al segundo plano– el análisis más o menos objetivo que pudiese hacer el votante promedio del perfil de cada candidato. Opino que la nomenklatura del PRI ya debe enfocar todas sus fuerzas en apuntalar las campañas tricolores al Congreso y a las ciudades grandes, y no en la presidencial. Asimismo, debe pensar muy cuidadosamente qué escenario le conviene más en términos de resurgimiento poselectoral, desde una inminente lógica opositora y, mucho más importante, qué contendiente –bajo su óptica– le haría menos daño al país.

@AlonsoTamez