Quienes se aventuran a decir que buscan perdonar a la gente vinculada al crimen organizado no toman en cuenta que en el plano humano es la justicia la que debe de actuar, pues sólo en la dimensión divina perdona Dios, aseveró el cardenal Carlos Aguiar Retes.
“Es precisamente la justicia la que viene a regular la conducta social”, advirtió en una entrevista con 24 HORAS, el arzobispo primado de México, cargo que asumió el 5 de febrero pasado.
Instó a volver a poner en el centro del análisis a la dignidad humana y trabajar más en la conciencia social, pues la sociedad enfrenta situaciones contrarias a una vida digna y en paz.
¿Qué le dice a aquellos políticos que buscan perdonar a gente vinculada al crimen organizado y que tanto daño le han hecho al país?
A veces se aventuran mucho a decir que hay que perdonar; sí, pero tiene que ser a partir del plano humano, ya que en el plano divino sabemos que Dios siempre nos perdona y nos vuelve a dar la oportunidad, sin más condiciones que le correspondamos.
Pero el plano divino es una gran cosa; en el plano humano tiene que ser a través de la justicia, no hay otra forma. Yo creo que se descuida esta visión. La justicia viene a regular la conducta social de la gente, y si no se aplica la contención, se rompe. Entonces cómo ayudarle a quien hizo mal a que recupere el camino, pero cómo lo va a recuperar si no toma conciencia del daño que realizó. Lo primero que tiene que hacer es concientizarse de sus actos fuera de la ley, y para hacerlo siempre es necesaria una pena; es decir, una restricción dependiendo del tamaño de lo que haya hecho, y darle la posibilidad de rehabilitarse.
En este contexto de violencia en el país, ¿qué le ha recomendado el papa Francisco… de qué han platicado?
La violencia es un síntoma que tiene dos puntos clave: tenemos que trabajar más por la conciencia, la dignidad humana; hoy se habla sobre la conciencia de la ecología, por el respeto a los animales, y se ha descuidado mucho que el centro de toda la creación es el ser humano.
Hay que volver a poner en el centro del análisis a la dignidad humana; si tenemos buenos seres humanos, todo lo demás es respetable; si no, todo se va a venir a fondo, aunque hagamos los más magníficos trabajos en torno a la ecología o de respeto a los animales. Segundo, la violencia es una consecuencia de un síntoma que nos habla de que no hemos sabido dar una respuesta al anonimato social. Cuando la persona no tiene un mínimo de contención social, se desata el libertinaje y, poco a poco, va llevando a la persona a atreverse a hacer más daño a los otros. Tenemos que ir a recuperar la conciencia social y, yo creo, que la Iglesia católica en este punto es una de las instituciones que puede ayudar mucho a partir de la fe. Esto es lo que he platicado con el Papa.
La sociedad mexicana está ávida de paz y esperanza, ¿qué está haciendo en su misión pastoral?
Estamos realizando la misión pastoral en el seno de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Preparamos un proyecto global que nos permita sumar esfuerzos en todos los rincones del país; será muy ambicioso y va a depender de nuestra disposición de entrar a esa sinergia, pero es muy probable que este mismo año ya esté terminado el proyecto. Ésta fue una indicación del Papa, en la Catedral, cuando vino a México (febrero 2016); nos dijo: “Les indico sobre la importancia de que hagan un proyecto ambicioso, serio, para ayudar a su país”. Y lo estamos haciendo; ya está muy avanzado. Espero que en abril pueda ser aprobado.
¿Ha visitado o mantenido contacto con estados como Guerrero, Michoacán, Tamaulipas y Veracruz, afectados por los actos de las redes criminales?
Hay de dos formas de mantener ese contacto: una es comunicándonos; nos reunimos habitualmente dos veces al año como asamblea, con temas concretos, pero siempre en el corredor del pasillo bajo el interés de cada uno de nosotros encontramos estos tiempos para el intercambio, pero hay sobre todo un espacio en las reuniones donde más que hablar de asuntos, hay convivencia, de compartir, y ahí es donde más se ha propiciado este intercambio de experiencias en los distintos rincones del país, entre nosotros los obispos. Ésa es una fórmula; es por las regiones. Estamos organizados en provincias eclesiásticas que agrupan un número de diócesis que son los arzobispados -somos 18 en el país-; nos permite estar muy cerca de la problemática regional y eso hace posible tender los puentes entre unos y otros ante situaciones muy comunes. Además, a la información que nos proporcionan los medios le damos seguimiento con los equipos de cada diócesis y la intercambiamos cuando hay un asunto muy fuerte, muy grave: nuestros equipos se ponen en comunicación para ver qué ayuda nos podemos dar.
¿Se ha reunido con familias de las víctimas del crimen organizado?
En el caso de México aún no puedo hablar porque estamos empezando, pero aquí (en la zona metropolitana), unos sacerdotes tuvieron la iniciativa de que en la zona más conflictiva de Naucalpan, por la región de Chamapa, hicieron un encuentro con víctimas de la violencia, y fue algo verdaderamente emotivo, con unas dinámicas muy propias, y para mí fue una enseñanza conocer todo lo que sufre la gente por los secuestros, asaltos, muertes, desapariciones; hay que estar cerca de ellos porque sólo así podemos entenderlos y ayudarlos.
¿Qué opinión tiene del sacerdote Alejandro Solalinde, cuya actividad (con migrantes y afectados por la violencia) va más hacia lo político que lo pastoral?
Él es un hombre muy inquieto, no es el único que tenemos así; hay muchos sacerdotes, algún obispo también. Son muy pasionales, nos mueve a los demás a ver qué es lo que está haciendo, y, lamentablemente, a veces es que no hemos creado los espacios para que éstas se den o se desarrollen en ámbitos donde haya más comunión. Pienso que eso es el punto negativo, ya que se van como héroes solitarios, como el Llanero Solitario de los cómics, y creo que tendría más eficacia yendo en comunión con el resto de la Iglesia. Son acciones buenas, pero son de índole más individual y, por lo tanto, pueden caer en intereses políticos, económicos y sociales.
¿Qué está haciendo para que los sacerdotes se acerquen a la ciudadanía en sus barrios?
Estamos en una transición histórica en el país, y en América Latina, pero más fuerte aquí sobre el reconocimiento a la labor sacerdotal, y eso se debe a la cercanía, al contacto directo con la gente, al conocimiento de los entornos de donde vive la feligresía. Las grandes metrópolis traen un gran anonimato social en donde no es lo mismo llegar a una parroquia en medio de esta gran urbe que arribar a una en un pueblo. Son dos mundos distintos. El reto ahora es cómo realizar esa cercanía en la gran ciudad. Ya podemos entrar al mundo digital, a las redes, pero eso no basta en la comunicación, ya que siempre se necesita el contacto cara a cara. Por ejemplo, el 23 de marzo pasado acudí al Hospital Infantil Federico Gómez, y resultó una magnífica experiencia; ya estamos programando la visita próxima. Estaremos visitando los hospitales públicos, digo públicos y lo señalo, porque ahí es donde encontramos más situaciones dramáticas de la gente, que es la de bajos recursos y también hay gente muy educada, profesional, como médicos, enfermeras y voluntarios; se conjuga una relación muy interesante entre gente que está formada y que ayuda a otros de bajos recursos y de bajos niveles de educación.
¿Ha realizado recorridos tácticos por las parroquias de la CDMX?, ¿en qué zonas?
El primer recorrido lo hace uno en una panorámica; es el primer conocimiento básico, indispensable. Pero vemos las zonas en su posible homogeneidad y luego analizamos los contrastes. He recorrido en auto Santa Fe, y no es lo mismo que transitar la salida a Cuernavaca o Palmas. Se necesita detectar las zonas, recorrerlas. Conozco éstas porque las transito, pero hay otras que están más escondidas en las que hay mucho rezago económico y social y que están a un lado de las zonas de florecimiento urbano y de mejor calidad de vida. Tenemos que ir descubriendo lo que hay en los rincones. He pasado por la zona de Cuautepec (en la GAM) y las colinas están llenas de casas, y uno se pregunta cómo estará ahí la situación social. Ahora hay que entrar a esas zonas, conocer más de cerca las situaciones concretas y diseñar proyectos sociales para redignificar lo que nos toca como Iglesia: las comunidades.
¿El objetivo sería atraer a más feligreses?
Va a ser una consecuencia. Siempre distingo entre hacer un proselitismo de atraer gente hacia uno y la mercadotecnia. El objetivo es atraerla porque su convicción religiosa es el punto de partida. La consecuencia es que creceremos más en la identidad y en el sentido de pertenencia de nuestras comunidades católicas. Ése es uno de los más grandes desafíos que debo de afrontar, así como toda la arquidiócesis.
¿Se acercará más a los jóvenes?
Indudablemente. Desde que fui ordenado sacerdote fue mi primera pasión, después como rector de seminario. Siempre he estado cerca de los jóvenes, y como obispo en las distintas diócesis en Texcoco y Tlalnepantla, y espero ahora en México permanecer muy cerca de ellos. Aquí lo hice en Tlalnepantla; recientemente visité 49 centros educativos. Hay que tener paciencia, y está en mi interés visitar más centros educativos. Y lo que hay que hacer con los jóvenes es dialogar, no hay que hacer más. Lo que necesitan los jóvenes es ser escuchados, y a partir de lo que ellos dicen, responderles a partir de nuestra experiencia. Éste es el mayor trabajo; la mayor colaboración que las generaciones de mayor edad le pueden transmitir son experiencia, criterios, aclaraciones, orientaciones, pero desde lo que ellos necesitan. Muchas veces suponemos, y empezamos a dictar consejos, no los escuchan, pero cuando son ellos los que preguntan y se les responde, ahí hay incidencia.
Este año, en octubre próximo, tendremos el Sínodo de los jóvenes en Roma, que, sin duda, nos dará ciertas orientaciones para hacer este trabajo más fecundo.
¿A su llegada a la Arquidiócesis de México ha encontrado resistencias?
He encontrado mucha disponibilidad, incluso señalamientos de aquellos aspectos que se deben afrontar para hallarles una solución adecuada. Curiosamente es normal que uno encuentre resistencias cuando llega un cambio de esta naturaleza; sin embargo, debo decirlo con toda franqueza, prevalece más ese ambiente de cordialidad y disponibilidad, incluso de manifestación de alegría, y yo lo agradezco sinceramente.
¿No hay sacerdotes rebeldes?
Debe haberlos, pero al menos se han contenido, si es que los hay. Estoy visitando la arquidiócesis en cuanto a su constitución actual, que es en torno a las vicarías, que son ocho, y las instancias propias de su naturaleza, que también son importantes de visitar como el seminario conciliar, la Basílica de Guadalupe y la Catedral Metropolitana.
¿Su predecesor (Norberto Rivera) desarticuló a la Iglesia?
-No, creo que fue una opción que tomo él. (Rivera) también hizo visita pastoral como lo hago ahora -eso está confirmado con actas-, pero además quiero advertir que más bien trató de solucionar un problema ante el tamaño que tiene la arquidiócesis descentralizando. Claro, son dos opciones: centralizar o descentralizar, pero hasta qué punto una cosa puede llevar a un buen futuro de organización y hasta qué punto también daña algunos aspectos de servicios con la descentralización. Eso es muy entendible porque en los tiempos en que le toca a él llegar a la arquidiócesis, a mediados de los 90, aún no se tenían las tecnologías de ahora; más bien, las tendencias que se tenían eran de mucha centralización, empezando con nuestro propio sistema político, presidencialista, vertical. Él, con una buena intención, trató de descentralizar para darle más autonomía y que pudieran tener una mayor incidencia; así interpreto esa decisión tomada por él (Rivera). Hoy me toca llegar, y ver que ante esa descentralización se perdió articulación y comunicación entre las distintas entidades descentralizadas. Hoy que ha crecido esta conciencia, por el ámbito empresarial, de hacer alianzas, de que ya no se puede tener una empresa chica porque se la comen los peces gordos, pues también atañe a la Iglesia atender esas tendencias sociales para servir mejor. Y eso me toca ahora a mí, para tratar de ver cómo conjugar la autonomía con una centralizada que permita mejores servicios.
A su llegada, usted afrontó un tema muy fuerte, el de la pederastia, que ocultó su predecesor…
Preferiría decir que no se tuvo pleno conocimiento de la manera de cómo afrontar ese caso; en ningún caso creo que la Iglesia tiene esa actitud de encubrir lo que está mal; sino que es un fenómeno nuevo, en el sentido de cómo hoy la Iglesia nos pide actuar. Ya hemos establecido protocolos que han venido indicados por la Santa Sede y actualizados por los contextos sociojurídicos de cada país, y son muy recientes. Acabamos finalmente de dar el último cauce en septiembre pasado; entonces a quienes nos toca todavía conducir una arquidiócesis o una diócesis, ya tenemos establecidos los protocolos de qué debemos hacer. En el año 1995 y posteriores era como ir pensando cómo le tengo qué hacer ante determinado problema que se presenta, y creo que esto llevó a una situación de que no hubo la claridad suficiente para presentar los casos en cuestión y resolverlos atinadamente, así como en el de las víctimas.
Usted ha dicho cero tolerancia a los pederastas en la Iglesia, ¿cómo vigilarán el perfil de los sacerdotes?
Yo fui rector de seminario (1978-1991), estuve 13 años, en mi diócesis de origen en Tepic, y viví el momento posterior al Concilio; en esos años nos tocó aplicar las invitaciones de formación sacerdotal provenientes del Concilio Vaticano Segundo, las cuales fueron plasmadas en 1971 como la gran directriz de la formación. Recientemente, el año pasado se ha hecho una actualización de esa dirección de ese planteamiento de cómo formar a los sacerdotes; ¿por qué? porque los que se hicieron en 1971 eran muy buenos, pero partiendo de un supuesto que hoy está fracturado. El supuesto del 71 era la solidez de la familia, pero hoy la familia se encuentra en crisis. Por ejemplo, yo ingresé al seminario menor en 1961, y los requisitos de ingreso eran provenir de una familia católica, casada con sacramento y que no estuvieran separados. Hoy, nuestros nuevos sacerdotes provienen de madres solteras, de padres separados, incluso de situaciones de orfandad y de ser atendidos en un asilo; es decir, la infancia, la adolescencia y juventud de los actuales candidatos al sacerdocio traen una historia muy distinta. Tenemos que cuidar mucho el proceso de madurez humano, que antes naturalmente lo daba la familia: tener un papá y una mamá que nos aman, nos cuidan, nos educan, nos dicen cómo actuar, y hermanos entre sí se ayudan a crecer, pero eso ya no es así. Son familias con uno o máximo tres hijos, pero hay seminaristas como en Tlalnepantla que son medios hermanos, que son hijos de mamá, pero no de papá, y ambos quieren ser sacerdotes. Entonces el reto es mucho mayor en el campo de la madurez humano-afectivo. Eso se daba por descontado antes; hoy no. Incluso tenemos que hacernos valer ya no como antes, de que era otro sacerdote el que lleva todo el proceso formativo del candidato; hoy necesitamos de psicólogos, terapeutas, de gente que sepa manejar esas problemáticas del desarrollo humano, y eso es lo que estamos llevando a cabo en los seminarios: adecuar esa formación para evitar casos de pederastia.
¿Se necesitan más reformas en la Iglesia para superar estas crisis?
Vamos a levantar primero toda la información, tipo auditoría, de lo que hay en las instancias diocesanas y vicariles, y a la luz de ese levantamiento trataremos de efectuar un análisis que nos permita aplicar una renovación. Me refiero a las instancias administrativas, y luego a los proyectos conjuntos de acción.
¿Le gusta el poder o sabe cómo manejarlo?
Si lo entendemos como Jesús y como el papa Francisco, que el poder es servir, estoy totalmente de acuerdo; si uno sirve, tiene autoridad moral, y si uno no sirve, por más que le den títulos y puestos, su incidencia será menor.
A su predecesor le gustaba mucho estar cerca del poder y de los poderosos…
Eso lo tendrá que decir él, yo no puedo aventurarme a dar un juicio de valor.
¿Qué prefiere más: a la izquierda o la derecha en el poder?
Siempre he tenido la actitud, y estoy convencido que es muy buena, de tener puertas abiertas. Cualquier persona tiene toda la libertad de pensar como quiera; sus posiciones no debe uno rechazarlas. Lo que tenemos que centrar es el bien que queremos hacer en la sociedad, y ahí podemos ponernos de acuerdo para actuar conjuntamente. A mí realmente no me interesa si son de izquierda, derecha o de centro, sino más bien que tengan la disposición de colaborar para causas en las cuales coincidamos que debemos actuar.
¿Qué huella le gustaría dejar en la Iglesia y en la sociedad?
Ahora estoy sorprendido de este nombramiento del Santo Padre (ocupar el cargo de arzobispo primado de México). Había pensado que terminaría mi trayectoria pastoral aquí en la Catedral de Tlalnepantla, y lo que yo quería era dejar una iglesia viva, participativa, solidaria, fraterna y que tenga incidencia social; ahora si logro algo de esto en la Ciudad de México, me daré por satisfecho.
Cuando la persona no tiene un mínimo de contención social, se desata el libertinaje y, poco a poco, va llevando a la persona a atreverse a hacer más daño a los otros
Conócelo
Estudios. Carlos Aguiar Retes cuenta con licenciatura en Sagradas Escrituras, en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, y doctorado en Teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Edad. 68 años.
Lugar de origen: Tepic, Nayarit.
Trayectoria. Ex obispo de Texcoco (1997), arzobispo metropolitano de Tlalnepantla (2009); y desde el 5 de febrero pasado, arzobispo primado de la Ciudad de México.
Formación. Ingresó al seminario Tepic, Nayarit, cuando al frente del arzobispado se encontraba Adolfo Suárez Rivera (1927-2008), años después fue ordenado sacerdote. Realizó sus estudios en seminarios del país y de Estados Unidos, entre ellos el Pontificio Seminario Central Mexicano de Nuestra Señora de Guadalupe de Montezuma, situado en Nuevo México, EU, y fundado por los jesuitas, en 1937.
Lazos. Aguiar tiene una relación muy cercana con el papa Francisco, según el diario Desde la fe.
Nota de redacción
Esta entrevista con el cardenal Carlos Aguiar Retes se realizó días antes de que el obispo Salvador Rangel Mendoza, de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Guerrero, informara que se había reunido con gente del crimen organizado con el fin de evitar actos violentos en la entidad durante el proceso electoral. Y cabe precisar que hasta la fecha, la Conferencia del Episcopado Mexicano no ha emitido una opinión al respecto.
JNO