Todo en Liberia es extraño.

 

Lo fue, un par de siglos atrás, la devolución hasta ese territorio de miles de descendientes de esclavos que habían sido llevados al Estados Unidos colonial desde varios puntos de África occidental. De ahí el nombre Liberia (la tierra de los libres) y el de la capital Monrovia (por el presidente James Monroe, el de la doctrina “América para los americanos”). Al poco tiempo esos antiguos esclavos (los ameri-liberianos) forjaron una élite que sometió al resto de los liberianos hasta bien entrado el Siglo Veinte.

 

Lo fueron las caóticas guerras que desde entonces desangraron al país, facciones encabezadas por gánsteres, siempre con diamantes a mano para intercambio por armamento.

 

Lo es hoy el proceso de normalización tras doce años de relativa paz y democracia, con Ellen Johnson Sirleaf, antigua funcionaria del Banco Mundial y luego Nobel de la Paz, como presidenta. La misma que derrotó al ex futbolista George Weah en las elecciones de 2005.

 

En cuanto a Weah, quien esta semana al fin podría ser proclamado presidente liberiano, pocas veces aplicará mejor el viejo tópico de “mucho más que un futbolista”. Nacido en la villa miseria de Clara Town, perteneciente a una de las etnias con peor esperanza de vida del país, empleado desde la niñez en cuanto trabajo apareció a mano, criado por su abuela Emma Klonjlaleh Brown, su carrera se benefició de una circunstancia.

 

El dictador Samuel Kanyon Doe buscaba utilizar al futbol para legitimarse tras el Golpe de Estado con el que derribó a los ameri-liberianos y destinó mucho dinero a este deporte. Esa inversión dejó regados estadios que nunca serían mantenidos y terminarían hasta en campos de entrenamiento paramilitar, pero también permitió que el talento adolescente de Weah fuera potenciado. Para cuando el delantero ya despuntaba en el Mónaco dirigido por Arsene Wenger, Doe fue derrocado por los esbirros de su antiguo aliado, Charles Taylor.

 

Con Taylor, Liberia padecería uno de los regímenes más siniestros que se hayan visto. Weah crecía futbolísticamente hasta convertirse en Balón de Oro y, al tiempo, elevaba su exigencia a la ONU: “envíen pacificadores, frenen la masacre, no cierren sus ojos a lo que pasa en Liberia”.

 

Al poco tiempo, su casa en Monrovia fue saqueada por fuerzas de Taylor y sus familiares atacados. El mensaje resultaba tan claro como cínico: el lujoso coche de Weah era conducido públicamente por un asistente de Taylor en obvia advertencia a todo opositor.

 

La opción fácil hubiera sido que Weah no volviera a poner pie en esa Liberia en la que todos se mataban contra todos. La otra, convertirse en benefactor primero de su selección (pagaba todo: sueldos, balones, hoteles, aviones) y luego de un pueblo que hacía filas ante el crack para solicitar ayuda. La célebre abuela que le había criado, alojaba a futbolistas, los alimentaba y educaba; pasar por su casa era una peregrinación obligada antes de los grandes partidos.

 

Sin la presión internacional de Weah, hubiera sido difícil que Charles Taylor terminara condenado en el Tribunal de La Haya. Derrotado en las elecciones de 2005, cuando mucho sabía de ayudar y nada de política, el futbolista decidió capacitarse y ha vuelto en estas elecciones.

 

Junto al goleador han participado MacDella Cooper, ex modelo y madre de un hijo de Weah, así como Prince Johnson, antiguo aliado de Taylor que se ocupó directamente de asesinar a Samuel Doe, en esa endogamia de sangre.

 

Elecciones raras. Como todo en la Liberia que Weah busca gobernar.

 

Twitter/albertolati

 

 

 

caem

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