Ni el cuadro más agudo de campeonitis contemplaba un escenario que viera al Guadalajara en el sótano general transcurridas cinco jornadas. Incapaz de ganar todavía, con su línea defensiva vulnerable, con su ataque en especial estéril y, peor todavía, con un preocupante delirio de persecución.

 

Claro, el inicio no fue bajo las circunstancias idóneas. Por la plaga de lesiones en jugadores medulares, por quienes debieron integrarse con demora (y, acaso, con estrés post-traumático) tras la Copa Oro, por la dificultad de recomenzar tras tan idealizada meta, por las suspensiones que se han ido acumulando.

 

Como sea, Chivas se ha equivocado en el manejo de esta mini-crisis. Hablar de envidia por la reciente coronación, acusar campaña arbitral en contra, inferir que se perjudica al Rebaño de forma premeditada y alevosa, mencionar “cosas raras”, sobra incluso después de determinaciones tan absurdas como las que padeció ante el Puebla (la expulsión, el gol que creo milimétricamente bien anulado, el penal obvio que no se concedió).

 

Sentir que el mundo gira en contra: el complejo que peor se le ve a un grande; más todavía, si es campeón defensor; muchísimo más, si para colmo viene de conquistar el título bajo una última apreciación arbitral que, por usar palabras suaves, fue benévola.

 

¿Qué fue primero: la denuncia de Matías Almeyda o los graves errores en contra de su equipo? Entre huevo y gallina se debaten las pasiones del campeón, atónito ante la peor de las defensas posibles del título. Desde mi humilde perspectiva, primero fue Matías y, casi como ley de atracción, el desastre con silbato del sábado: de tanto voltear al retrovisor pendiente de si alguien acecha, sucede que alguien termina por acechar, al tiempo que crece el riesgo de choque por no ver hacia dónde se conduce.

 

Queda demasiado camino por delante; en un torneo en el que bastan dos victorias al hilo para treparse al tren de la disputa del título, ni siquiera con un inicio de tres de quince puntos, se está desahuciado. Sí, ya hay que ponerse a jugar, a recordar lo que tan bien funcionó antes, a combatir la peligrosa sensación de saciedad, a tomar por rival a los once de en frente y no a la tripleta arbitral, a pensar más en el balón que en la persecución.

 

Todo lo demás estorbará a un Rebaño que merece algunos puntos más de los que acumula, pero que ni remotamente juega como jugó en los dos partidos de la final ante Tigres.

 

Sobre el espejo retrovisor: la mejor forma de ahuyentar a los demonios será dejando de clavar la mirada en él; entonces, quizá entonces, el Rebaño se concentrará en los kilómetros por avanzar, que con el plantel, el proyecto, el liderazgo que tiene, serán muchos.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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