Entre aburrida y agotada, Yusra Mardini dialogaba con una cadena de televisión australiana en la Villa Olímpica de Río 2016.

 

Por enésima vez, repetía la historia de cómo sobrevivió al huir de su natal Siria: la avería de su frágil embarcación, el miedo a perecer en pleno mar Egeo, los pasajeros que no sabían nadar, su instinto de supervivencia al lanzarse al agua, el atroz esfuerzo para nadar hasta la costa arrastrando esa barca, los músculos que ya no resistían más, la temperatura de las olas, sus esfuerzos para no dejar de bromear a fin de tranquilizar a un asustadísimo niño, casi bebé, a bordo.

 

Una y otra vez, ante medios de todo el mundo, se había visto obligada a volver a contar la historia. Por eso, su voz, en un claro acento norteamericano, sonaba cada vez más plana. Por eso también, lo primero que le pregunté fue cómo llevaba el repetir tanto y tan seguido ese episodio. Más relajada, con una contagiosa sonrisa, me explicó: “Me canso porque se hace aburrido repetir y repetir de nuevo mi historia, y como casi siempre respondo las mismas preguntas entonces es como hacer un copiar-pegar en la computadora. Ha sido un mes loco”.

 

Eso nos llevó al tema primordial: la empatía despertada por el equipo de refugiados del que era abanderada, las ovaciones en Maracaná durante la inauguración, el asedio de la prensa…, al tiempo que, más allá de esos Olímpicos, los refugiados no experimentaban más que rechazo, intolerancia, confinamiento.

 

“Si les gustamos nosotros, entonces también tienen que gustarles los demás refugiados, porque antes de ser olímpica he sido refugiada, soy refugiada, entonces si nos han aceptado tienen que aceptar a todos los refugiados del mundo. Y que todos podríamos ser refugiados, es lo que muchos no captan. Nunca le desearía a nadie que pase por la situación mía, de ser refugiada, pero la gente debe entender que en cualquier momento podría toparse con una guerra y tener que dejar su casa, necesitan entender que como tratan a la gente, los podrían llegar a tratar. Yo tenía una vida normal, tenía amigas, y si no hubiese estallado la guerra nunca habría pensado en dejar mi país”.

 

Yusra se ha convertido en un ícono. Su historia, su carisma, su gracia, su discurso, la han llevado a hablar en Naciones Unidas y a encuentros con los personajes más importantes del planeta.
Este jueves fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

 

De nadar por su vida en el Mediterráneo a nadar olímpicamente en Río de Janeiro; de resguardar, brazadas de por medio, esa embarcación de refugiados, a ahora hacerlo, con su ejemplo y mensaje, con todos los refugiados del mundo.

 

La situación, sobra decirlo, sigue siendo igual de desesperada. Incluso, hoy lo es más. Ninguna crisis se ha resuelto dejando de hablar de ella. Y, para colmo, cuando se acusa de terrorismo y fanatismo a quienes han perdido todo para huir de terroristas y fanáticos.

 

Twitter/albertolati

 

aarl

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