El hoy gobernador de Chihuahua, Javier Corral, es quizá uno de los más acabados ejemplos del gatopardismo, ese afán de cambiar para que nada cambie, de la simulación, del quítate tú para ponerme yo. Y si no basta ver cómo con su llegada a la gubernatura, el estado de las cosas en esa entidad tan lastimada en materia social y de seguridad no sólo siguen igual, sino peor.
El escándalo generado tras el asesinato de la periodista de Norte, Miroslava Breach y los 14 asesinatos ocurridos durante ese fin de semana ante la ausencia del gobernador de Chihuahua, que se encontraba jugando golf en Mazatlán, Sinaloa, exhibió la desobligada y caótica forma de gobernar de Javier Corral, en cuya breve administración las ejecuciones se han, prácticamente, duplicado, pero no sólo eso sino el excesivo tren de vida de quien se promovía como honesto y austero.
Y es que como servidor público, Corral nunca ha tenido ingresos superiores a los 127 mil pesos que declara cobrar al mes como gobernador, pero se le hace barato pagar 40 mil pesos de combustible de una avioneta rentada para pasar el fin de semana en la casa de Mazatlán que, asegura, es de su propiedad y que está ubicada en la Marina, una de las zonas más exclusivas del puerto sinaloense; pero no sólo eso, en su declaración de bienes reporta 10 casas y departamentos y varios automóviles que, de entrada, no cuadran con sus ingresos como diputado, senador y dirigente panista.
Literalmente durante décadas Corral se promocionó como un opositor a ultranza, no únicamente al sistema priista sino a las estructuras de dirección de su partido el de Acción Nacional. En su afán por construirse una imagen de opositor y promotor del cambio político y social, se alió a grupos ideológicamente incompatibles con la derecha que representa el PAN y tomó como bandera la crítica a lo que en su momento fue señalado como el duopolio televisivo.
En el justificado descontento social frente a la mala conducción y el autoritarismo del gobierno y los excesos de los medios que provocó la ruptura del sistema de partido único, Corral encontró tierra fértil para desplegar su puesta en escena y también para sacar buenos dividendos de torcer información, acusar sin fundamentos o de plano mentir descaradamente con tal de obtener ganancias políticas.
Su calidad como político y hombre de palabra quedó expuesta por vez primera cuando fue el eje del encontronazo entre la cúpula panista y los medios de comunicación en Chihuahua cuando en su primer intento por hacerse de la gubernatura una gran parte de la deuda de publicidad de su campaña no le fue pagada a los medios locales electrónicos e impresos, lo que provocó una durísima reacción entre los propietarios, las estaciones y periódicos locales con el actual mandatario chihuahuense.
Y hoy de nueva cuenta Corral queda expuesto como un político oportunista, incongruente y mentiroso cuando ha llevado de nueva cuenta a Chihuahua a un estado de violencia al recortar gastos en seguridad y no sólo eso, sino como un gobernante frívolo que nada tiene de austero ni de preocupado por la seguridad de los chihuahuenses, ni por la libertad de expresión de los medios locales y mucho menos por la vida de los periodistas.