Si una selección realmente ha crecido en la irregular e impredecible Concacaf, sin duda es la panameña. Al mismo tiempo, si una selección tiene necesidad (y derecho) de infligir una relevante derrota a la mexicana, es también la del Canal.

 

¿Qué ha sucedido con Panamá? Que mientras los demás dormían, ha trabajado demasiado bien; que ha descubierto la pasión futbolera tras décadas prefiriendo otros deportes como el béisbol; que ha seguido procesos a largo plazo, generando talento y sabiendo encausarlo.

 

Con cuatro semifinales en las últimas seis ediciones de la Copa Oro, uno de los países menos poblados de la región (apenas por encima de los 3 millones de habitantes), ese que llegó a tener a su representativo nacional por debajo del sitio 140 de la FIFA, hoy es candidato fuerte para meterse a su primer Mundial.

 

Cuatro años atrás, pudo ser en dos momentos: el primero, cuando empataba a uno con México en los instantes finales, hasta que la chilena de Raúl Jiménez dio el triunfo a los efímeramente dirigidos por Vucetich; el segundo, cuando se imponía a Estados Unidos y veía garantizada la repesca, hasta que el postrero gol de Graham Suzy sepultó un sueño casi consumado.

 

Razones para querer más que nadie calificar al Mundial y hacerlo a costa de México, aunque no tanto como la adicional: el momento más bajo en la historia de la Concacaf, cuando en la semifinal de la Copa Oro 2015 se obsequió un inverosímil penal al Tri en tiempo de compensación.

 

La geopolítica determinó que los panameños fueran beisboleros y no futboleros. Durante el período en el que se definían las pasiones deportivas, a fines del siglo XIX y principios del XX, Panamá era algo más que una prioridad para Estados Unidos; como consecuencia de ello, la tierra del futuro Canal se abrazó a la pelota caliente. Consumada su independencia de Colombia en 1903, la legión estadounidense de militares, ingenieros, navegantes, trabajadores, evangelizó a los panameños en términos de bates y manoplas, de strikes y outs, de carreras y ponches.

 

A ese nivel de devoción beisbolera y apatía futbolera sólo llegarían algunas islas del Caribe como Cuba, Puerto Rico y Dominicana (también de profunda influencia estadounidense). Aprobado el Canal y saturado Panamá de quienes lo abrirían, el béisbol reinó sobre el futbol, caso distinto al común de la América Latina continental (quizá sólo Venezuela siguió tal patrón). Mientras que la mayoría de los países de nueva formación incluso disputan su primer partido antes de ser reconocidos por la comunidad internacional, Panamá tardó treintaicuatro años en debutar como selección y apenas se estrenó en eliminatorias mundialistas rumbo a Argentina 1978.

 

Tan larga demora se ha compensado en tiempo récord y su victoria en Honduras, en el arranque de este Hexagonal, es ya argumento para visualizarlos en puestos de clasificación.

 

El Tri no tiene la culpa, pero en ese estadio del istmo panameño ya por siempre será visto como el gran rival: istmo que, si divide a lo justo de lo injusto, a perpetuidad recordará aquella noche de julio de 2015, cuando nuestros delirios de “no era penal”, se traspasaron con mucho mayor peso a la atracada selección panameña.

 

Twitter/albertolat

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.