Es un hecho que la estrategia seguida por la Secretaría de Hacienda durante la primera parte del sexenio fue desafortunada, porque las cosas no salieron como lo tenían planeado.

 

Esto no es leña del árbol caído porque en este espacio siempre he sostenido que la indisciplina fiscal promovida por el Gobierno de Enrique Peña Nieto es, en buena medida, parte del problema de descrédito financiero del país que incluye, entre otras cosas, la depreciación de la moneda mexicana.

 

La estrategia de gastar de más de lo que se ingresa es una fórmula del viejo priismo que este gobierno pensó que podía utilizar de una manera calculada. El plan era emprender las reformas estructurales que relevaran al crecimiento provocado por el gasto público. Se lograran tasas altas de crecimiento del Producto Interno Bruto que permitieran pagar rápidamente cualquier desequilibrio.

 

No había en el radar de nadie del Gobierno federal, ni del mundo entero, la posibilidad de que los precios del petróleo pasaran de los más de 100 dólares de 2014 a los menos de 40 dólares de hoy.

 

A cambio de una buena reforma en telecomunicaciones y otra muy buena en energía, el Gobierno federal entregó a las llamadas izquierdas el diseño de la llamada reforma fiscal. El bodrio tributario no agregó nuevos contribuyentes, pero sí se recargó con un colmillo afilado en los de siempre.

 

La economía no creció lo suficiente, el Gobierno federal no dejó de gastar lo necesario y aunque el muy eficiente titular del Servicio de Administración Tributaria se ha encargado de elevar a niveles históricos la recaudación, no ha sido suficiente para evitar que se reviva el fantasma del pasado del desequilibrio macroeconómico.

 

Hoy, el secretario de Hacienda del crecimiento fiscal ya no está. El que toma la batuta será conocido como el secretario de Hacienda de la mano dura del ajuste presupuestal.

 

El mensaje del cambio fue para los mercados, para las firmas calificadoras que ya conocen, y muy bien, al nuevo titular de Hacienda. Saben que tiene la capacidad para emprender una corrección desde la plataforma existente.

 

Aun con este cambio se confirma que para 2017, el Gobierno federal no habrá de proponer ninguna clase de impuesto nuevo o aumentar alguno existente. Sabemos que habrá incluso algún incentivo para los contribuyentes.

 

Pero también sabemos que el nuevo titular de Hacienda habrá de perder su popularidad ganada, no tanto con los ciudadanos, pero sí con los funcionarios del mismo gobierno de Peña Nieto.

 

Porque, efectivamente, la tijera al presupuesto habrá de caer despiadada en muchos rubros del gasto público. No hay otra manera de hacer la corrección fiscal sin tocar los ingresos.

 

Esto motivará largas horas de cabildeo de los afectados, lo mismo secretarios de Estado que gobernadores, que habrán de desfilar por las oficinas de Hacienda y del Congreso para tratar de recuperar los recursos perdidos.

 

El cambio debe pesar y debe generar reacciones en los mercados que tendrán que valorar la nueva estrategia de disciplina que ahora enarbola el Gobierno de Peña Nieto.