Hace justo una semana escribía muy desorientada pensando que ya no tendríamos razones para quejarnos. Ilusa yo, pues en este país siempre habrá algo que nos haga brincar. Y es que desde enero lo habíamos dejado en el pasado; es más, fue hasta una promesa de campaña de nuestro actual Presidente. Las cosas no siempre salen como se espera y pues ya nos cayó el gasolinazo, ese que prometió irse para jamás volver.

 

La cosa está así: desde el 1 de julio pasado las gasolinas Magna y Premium tuvieron un aumento de 24 y 34 centavos, respectivamente. Ahora la Magna cuesta 13.40 pesos por litro y la Premium –la roja– tendrá un costo de 14.37 pesos por litro. No todos los combustibles subieron, pues el diésel se mantiene en 13.77 pesos por litro.

 

Pero, ¿qué pasó? ¿Qué hicimos para merecer esto? ¿A qué se debe? La Secretaria de Hacienda y Crédito Público lo achaca a la reciente recuperación en la cotización del crudo, así como a la estacionalidad que típicamente se observa en los precios internacionales de las gasolinas.

 

Declararon que estos precios se establecen respetando las determinaciones del Congreso de la Unión, que aprobó que durante 2016 los precios máximos de los combustibles en México se ajusten con referencias internacionales, siempre y cuando los ajustes se den al interior de una banda de precios.

 

En pocas palabras: no tenemos escapatoria.

 

Lo que es más triste es que en el país seguimos pagando precios de primer mundo, recibiendo a cambio la peor calidad de todo porque déjenme decirles algo: la calidad de nuestro combustible es cada vez peor, con un octanaje pobrísimo que se refleja en el rendimiento de nuestro auto y no sólo eso, la mala calidad del combustible que se vende en nuestro país puede, en gran medida, ser el causante de nuestros altísimos IMECAS.

 

Así las cosas, aquí seguimos pagando más por menos, menos calidad, menos litros, menos de todo.