Para una buena parte de la Generación X mexicana, sobre todo la más temprana, el inicio de la década de los ochenta significó la apertura a varios cambios que se venían gestando años atrás. La televisión no ofrecía mayor entretenimiento para los jóvenes que una que otra serie estadunidense y la radio musical aún no explotaba con propuestas que rompieron esquemas, como Rock 101 o WFM 96.9.

 

Pero a raíz del surgimiento de MTV en 1981, las cosas comenzaron a cambiar. De ahí surgieron algunos programas vespertinos que aprovecharon el boom de la época de los videos musicales (como el caso de Video Rock, conducido por Elsa Saavedra) y que presentaban las nuevas propuestas surgidas, principalmente, de Europa y Estados Unidos.

 

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Uno de los grupos que durante el primer lustro de los ochenta llamó poderosamente la atención tanto por su música como por sus videos, pero particularmente por el estrafalario y entonces escandaloso aspecto de su vocalista, fue Culture Club. En ese entonces no existía Internet, por lo que la información acerca de algún grupo o artista en particular sólo se podía tener gracias a las revistas especializadas o agencias.

 

Por ello, el líder del cuarteto surgido en Londres llamaba tanto la atención, pues su apariencia era andrógina (aunque no faltó quienes se fueron con la finta y pensaban que, efectivamente, Boy George era mujer) y siempre dio de qué hablar con respecto a su sexualidad. George aprovechó la inercia de apertura y libertad  sexual que se dio en los últimos años de los setenta para convertirse en uno de los más importantes impulsores e íconos de un incipiente movimiento de la comunidad LGBT.

 

 

 

 

Aunque era secreto a voces, George no reveló públicamente su homosexualidad sino hasta años después, tras haber pasado por una terrible época llena de problemas derivados de su adicción a casi cualquier tipo de drogas, problemas con sus compañeros (particularmente con Jon Moss, el baterista de la banda, con quien tuvo una relación gay de varios años que se reflejó en varias de las letras de la agrupación) y excesos de personalidad que terminaron tronando al grupo.

 

Así, George Alan O’Dowd (nombre real de Boy George) significó para muchos el primer contacto masivo con un artista que orgullosamente se vestía y movía como mujer sin serlo, y que puso en la discusión cotidiana temas como el travestismo o la aceptación de la propia sexualidad. La música siempre ha tenido artistas gay, pero en esa época no era tan fácil que dicha elección se aceptara en público (y si no, habría que preguntarle a Freddie Mercury), por lo que la apertura de George fue de gran impacto para miles.

 

 

 

 

Y es que en su momento de mayor gloria, Boy George se llegó a colocar en el nivel de superestrella en el que estaban gente como Madonna, Michael Jackson o George Michael, llevando a Culture Club a llenar arenas y estadios, convirtiéndose en un símbolo de la década que, así como llegó, desapareció (su historia de gran éxito en realidad duró de 1981 a 1986). Si bien George tuvo una relativamente decente carrera como solista, después como DJ y luego de nuevo con la reformación de la banda, ya nunca fue el producto impactante de una época caracterizada en muchos aspectos por su ingenuidad. Pero cuando lo hizo, fue en grande.

 

Musicalmente hablando, Culture Club también marcó una tendencia al mezclar diferentes ritmos -reflejo de las varias culturas, etnias y religiones de sus cuatro integrantes (Jon Moss, Mickey Craig, Roy Hay y Boy George)- como el new wave, el pop, R&B, reggae, calipso y varios más, que le dieron una identidad propia con temas por igual radiables que bailables y digeribles. Un perfecto ejemplo del pop ochentero que hasta la fecha sigue sonando e influyendo en varios artistas contemporáneos.

 

 

 

 

Ahora, a 35 años de su formación, Culture Club llega por primera vez a México con un Boy George reformado, sano, sobrio; no como la agrupación que rompió esquemas y paradigmas en varios sentidos, sino como un cuarteto sabedor de que sus mejores momentos han quedado lejos, pero que dejó un legado importante en muchos sentidos. Tres décadas tarde, pero la Iglesia de la Mente Envenenada por fin hará proselitismo en tierra azteca.