Sé que a muchos habitantes de la CDMX no les gusta la palabra “chilango”.

 

Algunos se sienten ofendidos porque les dicen así.

 

Y no es para menos, si uno rastrea su origen, la versión más apegada a la realidad es que esa palabra surgió como un insulto, aunque hay varias hipótesis sobre su origen.

 

Pero como el español es una lengua viva, los significados evolucionan y cambian, en algunos casos, hasta de sentido.

 

Hay algunos ejemplos inmediatos de insultos que el tiempo ha descafeinado. En los 60 la palabra “naco” era una ofensa muy fuerte. Pero hubo varios colectivos o movimientos que le quitaron esa carga. Y hasta una marca de ropa se volvió.

 

Un grupo de maestros universitarios hicieron un grupo musical al cual le pusieron “Los nacos” o “Los nakos” y su frase era “soy naco y qué”. Después, Botellita de Jerez empujó el movimiento “lo naco es chido”, hasta que se le quitó, un poco, esa carga discriminatoria.

 

Todavía se usa para insultar, pero a muchos la palabra no les causa el menor problema. Porque como alguien decía: “la palabra naco dice más de quien la usa, que de quien trata de ser insultado”.

 

En el caso de “chilango”, en muchos sectores se ha perdido esa carga ofensiva. Algunos la adoptaron sin problema. Y hasta han registrado la palabra, asociada a alguna frase, para explotarla comercialmente.

 

Nadie sabe a ciencia cierta cómo surgió. Unos exploran raíces en náhuatl, otros buscan expresiones fonéticas similares.

 

Siempre que hablo de la palabra chilango, comento que la historia que me parece más cercana a la realidad es aquel insulto compuesto de dos palabras: “cuerpo de chile y cara de chango”.

 

Dicen que ante los engreídos capitalinos que, además, en muchos casos se pasaban de listos cuando acudían al interior de la República, un día una persona le dijo a una joven: “qué le ves a ese: tiene cuerpo de chile (chile relleno, por cierto) y cara de chango, es un chilango”.

 

Y así se hizo popular el apodo. En muchos casos la carga de rencor era tal, que surgió aquella frase: “haz patria, mata un chilango”.

 

El tema es que con el sentido del humor del capitalino, el apodo se fue “descafeinando” y hasta adoptando. Y hay quienes orgullosos dicen: “soy chilango”.

 

Otros, se quieren desmarcar, y para darle vuelta al insulto y tratar de regresarlo responden: “los chilangos son los que vienen de fuera a vivir aquí. Yo nací aquí, yo soy capitalino (o defeño)”.

 

Pero poco a poco el apodo se toma como gentilicio.

 

Hay una cantina que se llama “la Chilnguita”, una revista registró la frase con la que se respondía a la campaña de odio que pedía matar a un chilango: “haz patria, ama a un chilango”; y varias organizaciones utilizan el término. Se usa en programas sociales y hasta en la propaganda de partidos.

 

Por eso, yo creo que, ahora que se discute la Constitución, debe establecerse que nuestro gentilicio sea “chilango”.

 

Ya la RAE lo toma prácticamente como gentilicio.

 

La palabra “chilango” dice mucho de quienes habitamos la Ciudad de México: somos alegres y le damos vuelta a los insultos hasta hacerlos simpáticos; ante una campaña de odio, respondimos con simpatía y hasta con cariño.

 

Por eso, a quienes nos visitan podremos decirles: “hagan patria, amen a un chilango”.