Continúan tocando nuestras puertas, mientras miramos hacia otro lado. Me refiero a los miles de refugiados sirios que vienen de una guerra tan terrible que prefieren morir en el intento de la escapatoria hacia ninguna parte y hacia todas.

 

Se trata de un éxodo humanitario. Un éxodo donde se conjugan arquitectos y periodistas y matemáticos y abogados, y también plomeros y albañiles y futbolistas y jugadores de ajedrez, fotógrafos y músicos. Un rosario de oficios y profesiones que emigran intentando esquivar a la muerte, sabiendo que probablemente en las fronteras europeas sean rechazados. Aun así, con sus pocos enseres y sus almas desnudas se van a probar la fortuna del infortunio.

 

Pero cada tramo es peor. La Europa solidaria, aquella Europa unida, que aboga por la igualdad y la fraternidad, se da cuenta que está en riesgo lo que denominan el “estado del bienestar”. Se trata de ver la vida de una manera ególatra y proteccionista, desdeñando a todos los inmigrantes que vienen porque puede peligrar el buen estilo de vida de esta vieja Europa, cada vez más vieja, más decadente y más agónica.

 

Los próceres europeos, con sus rimbombantes sacos y corbatas en suntuosos edificios inteligentes de Bruselas, se habían puesto de acuerdo para recibir a 160 mil refugiados sirios que tocan el telón de acero europeo desde el pasado verano. Llevaban meses reunidos, esquivando a los enemigos, que no son más que esas pobres víctimas que sólo piden poder salir de esa guerra para sobrevivir. Pero ellos siguen enfundados en sus trajes caros y en una caridad mal entendida que sólo conduce a la abyección más absoluta.

 

Y en la política de gestos –porque son sólo eso, posturitas políticas de la egolatría europea que sólo se mira el ombligo– salieron hace ya más de seis meses unas conclusiones para absorber a los miles de refugiados. Se haría en función de la capacidad de los países europeos.

 

El caso español es un claro ejemplo de lo que ocurre en el resto de Europa. Tras discusiones, negociaciones, rumores y medias verdades, España aceptó a regañadientes a 16 mil refugiados. Dijo que no podía aceptar más porque, ¡Claro!, primero somos nosotros, después nosotros, luego nosotros y al final, muy a la cola, en un túnel sin apenas luz, los pobres refugiados sirios.

 

Entonces, en ese egoísmo recalcitrante, España ha acogido a 18 refugiados, 18 de los 16 mil, en seis meses. El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, dice que no hace más que lo que le dictan en Bruselas. Y es que aquí todos se pasan la pelota y nadie la quiere agarrar.

 

Porque un refugiado cuesta; mucho más 16 mil. Se nos ha olvidado que es una guerra, la siria, que los refugiados no habían planeado, ni tan siquiera habían participado. Los refugiados eran tan sólo víctimas de macrointereses de países como Rusia, China, en gran parte Francia y el propio Estados Unidos.

 

¿Dónde quedaron los aprendizajes de Grecia y Roma? ¿Dónde están las ideas del Humanismo filosófico griego? ¿Dónde quedó Aristóteles y Platón? Y más allá, ¿Dónde quedó el concepto de que el hombre es bueno por naturaleza de Rousseau? ¿Dónde está el resultado del Renacimiento y Neoclasicismo, donde el Hombre destilaba pureza y amor? ¿Dónde están las ideas de la Revolución Francesa? ¿Dónde quedó la Igualdad, la Fraternidad y la Legalidad? ¿Dónde está reflejada la primera Carta de los Derechos del Hombre de 1789 donde reza que todos somos iguales?

 

Todo han sido frases eufónicas, ideas tan profundas como estólidas, tan relevantes como insignificantes, porque hemos vivido de nuestras rentas intelectuales manoseadas con el paso de los siglos hasta caer en la decadencia más absoluta. De nada han servido ni Montesquieu, ni Voltaire, ni Rousseau ni mucho menos mis, hasta ahora admirados enciclopedistas. Y digo admirados porque, querido lector, se me están cayendo los mitos de la Historia a pasos agigantados.

 

Son muchas las ideas revolucionarias, en realidad para nada; para que 160 mil inocentes toquen la puerta de Europa y les despreciemos obligándoles a vagar como fantasmas por las carreteras y caminos europeos.

 

¡Que no me cuenten el cuento de que se filtran los terroristas del Daesh entre esta población! Para eso están las autoridades, para que sepan controlarlos. Pero que no sea la excusa perfecta para que no sepamos los europeos repartir el estado del bienestar con personas que sienten igual que usted o que yo, querido lector.