Me gusta el boxeo, me gusta mucho, en parte porque crecí viendo deportistas destacados. Alimenté mi gusto con las hazañas del inigualable Julio César Chávez, con la finura de Ricardo López, la valentía que era todo menos “Chiquita”, de Humberto González, la categoría de Marco Barrera, Erick Morales y, recientemente, con la incomparable bravura de Juan Manuel Márquez, un mago en el contragolpe con extraordinaria pegada.

 

Claro está que en el camino vi a muchos como José Luis Ramírez, Daniel Zaragoza, José Luis Castillo y Rafael Márquez en sus épicas batallas con Israel Vázquez, entre otros.

 

COLUMNA GURWITZ BRADLEYY sí, puede ser que me haga falta ver más “bax”. Dicen los que saben que mis ojos vieron poco y me faltó empacharme con gente como Rubén Olivares, Carlos Zárate, Lupe Pintor, Raúl Macías, Pipino Cuevas, de Kid Azteca ni hablamos y el mismísimo Salvador Sánchez.

 

Son tantos los casos de éxito que resulta imposible no admirarlos, porque a final de cuentas uno va admirando a los ganadores, y no hay otro deporte en nuestro país que nos ofrezca tantos triunfos como el de los guantes. Crecimos admirando y, lentamente, nos vamos desencantando con lo que vemos actualmente.

 

Demasiado dinero, demasiados intereses de por medio, demasiadas sospechas fundamentadas y un sinnúmero de peleas que terminan con resultados que rebasan la controversia netamente deportiva.

 

El boxeo se ha vuelto un negocio tan lucrativo que se es capaz de hacer casi cualquier cosa para crear interés, para sembrar esperanzas, por más falsas que sean; para vender ídolos que ni siquiera entienden lo que eso representa para el pueblo.

 

El tema es que mientras más veo peleas, más me aferro a los recuerdos. Las exhibiciones de hoy generan que valoremos más el pasado que el presente y más dudas tengamos hacia el futuro.

 

Campeones de plata, de bronce, de diamante, de chile, de dulce y de manteca. Federaciones por todas partes, promotores, etcétera; es decir lo que rodea al boxeo ha crecido descomunalmente, tanto que ha superado a la parte más importante: los boxeadores.

 

Timothy Bradley Jr. tuvo la noche del sábado una oportunidad mágica, tan mágica como irreal y tan irreal como sus intenciones de ganar. Tan irreal y falsa como la postura de Manny Pacquiao acerca de su retiro.

 

Y no es que uno se abrace a la bandera, pero mientras más minutos pasaban de la pelea del sábado, más ganas me daban de poner la de aquella del 10 de diciembre de 2012.

 

Y mientras más hablo de la pelea sabatina, más tiempo pierdo para ver el cierre del Masters de Augusta… los dejo justo en el momento en que Jordan Spieth pierde la punta con dos aguas y una trampa para un inolvidable hoyo 15, que le deja con cuádruple bogey