Suele decirse que se juega como se es: Brasil a ritmo de percusión, en modo saudade e impregnado de ginga, esa finta heredada de la capoeira que lo mismo danza que ataca. Argentina con la denominada Viveza Criolla, ingenio que permitía al recién desembarcado en el Río de la Plata, subsistir y sortear las dificultades. Inglaterra con el kick and run tan victoriano: un caballero va de frente y sin ambigüedades. Italia de la mano de su Maquiavelo: todo planteamiento se justifica con la victoria. República Checa y otros ex satélites de la URSS, con algo de fatalismo, resignada a que se desplomará todo antes del pitazo final.

 

Suele decirse, aun a conciencia de que generalizar es errar, de que encasillar es simplificar y de que no sólo se juega como se es, sino también como se puede.

 

Bajo ese entendido, ningún futbol ha somatizado tanto su cultura como el holandés. En el país más densamente poblado de Europa, en un territorio arrinconado contra el agua, el primero de los problemas siempre ha sido hacer espacio (o, en su idioma, Holland schept Ruimte, como se titulaba el pabellón neerlandés en la Expo Mundial de Hannover).

 

A partir de lo anterior, el Futbol Total se empecinaba en ampliar la cancha y generar espacios como metáfora de esa peculiaridad geográfica: si sólo se gana territorio al océano con diques, los diques futboleros serían ese histérico movimiento de balón, esa constante rotación de posiciones, esa recuperación inmediata, esa obstinación en lograr apertura de visión incluso en medio de un par de docenas de piernas rivales. “Futbol Total”, dirigido en la banca por Rinus Michels y en la cancha por Johan Cruyff, descendiente directo de esas teorías urbanísticas.

 

Michels y Cruyff dejarían al Ájax para irse a Barcelona y cambiarían para siempre la cultura futbolística catalana. Si los diques en el Camp Nou pretendían espacio ante la asfixia del franquismo, si eran la manera de elevar su juego a la estética de un edificio de Gaudí o si simplemente se instauraron para meter goles, es tema distinto. Lo relevante es que, desde entonces, el Barça utiliza el balón como si deseara empujar las pesadas olas del Mar del Norte y que, de tanto hacerlo, se ha convencido de que esa es su manera (finalmente, el Futbol Total ha conquistado mucho más títulos vestido de blaugrana que de ajacied e inclusive con España que con Holanda).

 

El Clásico del sábado fue el colofón en los funerales de Estado brindados al patriarca Johan. Ante su recuerdo, los diques blaugranas insinuaban el talento de siempre: el Madrid, incapaz de retener la pelota, parecía resignado como tantas veces a comprimirse para ceder espacio.

 

Sucede que esa legión de hippies que 40 años atrás revolucionó al futbol, que le dio tintes impresionistas, que fundó su edad moderna con Cruyff a la cabeza, ha logrado acercarlo lo más posible a una ciencia exacta, sin que eso signifique que lo haya conseguido: porque el futbol es hijo de la circunstancia y un Madrid apremiado, subyugado, de pinta mansa, abajo en el marcador, lejísimos en la tabla general, con 10 hombres, logró desbordar todo muelle.

 

Cuando el Barça despertó, las aguas merengues corrían por la cancha y los diques se habían extraviado. Diques, importante decirlo, esta vez poco imaginativos, esta vez rutinarios, esta vez más industriosos que artísticos. Y no basta con planos y fierros: sin creatividad ni belleza, esa técnica no funciona.

 

Por eso he dicho que a veces se desea jugar como se es, pero se termina jugando como se puede. Y eso, ante eternos rivales, no alcanza.

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