Si había una expresión clásica de Fernando Solana Morales, era esa en la que llamaba la atención de aquellos con quienes convivía –fuesen amistades o compañeros de trabajo, incluso periodistas– con un “oye, mana…”, o simplemente “manita”.

 

Así lo recordaban ayer, en la ceremonia luctuosa que se ofreció en su memoria en la Secretaría de Relaciones Exteriores, muchos de quienes lo conocieron.

 

Y fueron muchos, en verdad. Tanto que –familiares, amistades y compañeros de trabajo de más de media década– colmaron ayer uno de los grandes salones de la Cancillería para rendirle homenaje.

 

De tres secretarías había representantes: Comercio (la primera secretaría de la que fue titular), Educación Pública (la segunda) y Relaciones Exteriores (la tercera y última); así como el presidente del Senado, Roberto Gil Zuarth, institución en la que ocupó una curul.

 

Homenaje de respeto, sin duda, al hombre que partió de este mundo el pasado miércoles. Porque si algo destacaban los presentes de don Fernando Solana Morales era su integridad, su honestidad, su capacidad reformadora y su amor por México.

 

Estaban ahí presentes personajes, no sólo funcionarios de alto nivel en representación del gobierno mexicano, como la propia canciller, Claudia Ruiz Massieu; Aurelio Nuño, secretario de Educación; Ildefonso Guajardo, de Economía.

 

Sino muchos de quienes lo acompañaron a lo largo de su vida como el ex presidente del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, con quien se reunía desde 1951 a convocatoria del gran Pepe Iturriaga, en un grupo que convive hasta la fecha, o Carlos Reta, quien fue su vocero muchos años y lo acompañó en los tiempos difíciles de la SEP (tiempos de José López Portillo), en que había que rescatar el área de prensa de manos del líder magisterial Carlos Jonguitud y sus huestes.

 

O el ex gobernador de Sinaloa y ex candidato presidencial, Francisco Labastida Ochoa, quien recordaba ayer sus tiempos como embajador (a fuerzas) en Portugal, bajo la batuta de Solana, porque en aquel entonces (1993), él y su esposa fueron amenazados por grupos de la Procuraduría General de la República a quienes él, como gobernador en Sinaloa, combatió y llevó a la cárcel.

 

Presentes ahí también, en este homenaje luctuoso, el siempre elegantísimo ex canciller Bernardo Sepúlveda; el ex rector de la UNAM José Sarukhán; el embajador emérito Sergio González Gálvez; el ex subsecretario, Andrés Rozental; el gran jurista e investigador de la UNAM Diego Valadés.

 

Recuerdos y anécdotas corrían. Javier Barros Valero, quien fue secretario particular de Solana durante un buen rato (en Comercio y en Educación), destacaba de su primer maestro en Ciencias Políticas ese humor “inteligente y cuidadoso de no ofender a nadie”, y lo describía como “muy sigiloso, muy medido”. Pero su mayor virtud, desde su perspectiva, era “su capacidad de escuchar a la gente que tenía cosas qué decir”.

 

Valga la precisión del ex director de Bellas Artes porque, efectivamente, a Solana no le gustaba perder el tiempo. Patricia Galeana, quien fue suplente de las clases que impartía Solana en el seminario de Ciencias Políticas en la UNAM y fue directora del Instituto Matías Romero y del Archivo Histórico de la SRE, recordaba algo que pintaba perfecto al Solana que nosotros conocimos como canciller:

 

“Me decía: A ver, mana …, si yo puedo tener un acuerdo con el presidente (de la República) en tres minutos, tú lo puedes hacer también. Si no, es que no me vas a decir nada…”

 

A unos pasos, José Ignacio Piña, quien fungió como director del Servicio Exterior con Solana y actualmente es embajador de México en Panamá; Más allá, Guadalupe Gómez Maganda, que lleva el tema de género en la SRE, y Francisco Arroyo Vieyra, Jefe de la Oficina de la canciller y muy pronto –si así lo determina el Senado–, embajador de México en Uruguay.

 

Arroyo Vieyra, por cierto, comentaba que le tocó, en 1993, trabajar con Fernando Solana la Ley Mexicana del Servicio Exterior (vigente hasta la fecha) y recordaba sus maneras suaves: “Te llevaba de la mano por donde quería sin que te dieras cuenta”.

 

En fin, muchas historias, otros tantos recuerdos que Luis Javier Solana (hermano de don Fernando) y Adriana Salinas (mamá de la canciller) atestiguaban en el salón en el que se rendía homenaje a quien De la Vega describió como un hombre “de integridad ejemplar”.

 

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GEMAS: Obsequio de la canciller Claudia Ruiz Massieu: “(Fernando Solana) es uno de esos mexicanos que podemos y queremos presumir”.