No pretende esta colaboración restarle méritos a lo hecho por Juan Carlos Osorio. Su trabajo ha estado a la altura de las nacientes exigencias del Tricolor en una etapa eliminatoria que si bien no presenta la fase más complicada, tenía tiempo sin ser tan placentera.

 

De palabra fácil. Accesible y siempre dispuesto a hablar, a explicar, a desmenuzar sus ideas para que la gente digiera más rápido lo que pretende con el equipo, y hasta hoy, lo suficientemente aterrizadas para que los jugadores plasmen lo que tiene en mente.

 

El equipo juega bien: imprime la suficiente intensidad sin importar el territorio que pisen. Su efectividad es alta, acorde a lo que ofensivamente produce. Quizá atrás un par de ajustes son necesarios para encontrar mayor seguridad aunque los números indican que se ha trabajado de maravilla en esa zona.

 

Más no se le puede pedir. Lo ha hecho muy bien.

 

Sin embargo, hay otros factores, además del técnico colombiano, que hay ayudado para que el equipo muestre un buen nivel colectivo.

 

El primero tiene que ver con el estado actual de sus figuras: todos tienen un buen nivel individual, quizá uno mejor que otro, pero en términos generales, atraviesan por una etapa de rendimiento considerable: Guardado, Moreno, Corona, Layún, Herrera, Hernández, etcétera. Además, los que militan en nuestro país también pueden presumir de su estado físico y futbolístico.

 

Y esto va de la mano con los minutos que juegan en Europa: prácticamente todos han adquirido el sello de indiscutible en el once titular, y otros, como Andrés Guardado, de la Liga en general. Todos juegan, todos figuran, y eso marca diferencia. Revisemos los minutos jugados de todos ellos hace dos o tres años y encontraremos gran parte de la explicación.

 

El segundo va relacionado al peso específico de la camiseta nacional. Conocemos infinidad de historias que relatan los grandes pasajes de los futbolistas con sus equipos y las amargas decepciones que generan cuando se trata de representar a su país. En este caso concreto y en específico los jóvenes, han mostrado mayor calidad que ansiedad; sus deseos se equiparan con la efectividad reflejada en los minutos jugados. Novatos y debutantes han respondido al reto, nos han llenado el ojo.

 

Tercero y no menos importante es revisar fríamente el nivel de los adversarios en esta ocasión. Y me detengo en el punto de arranque: no pretendo restarle mérito a nadie, pero para jugar se necesitan dos, y muchas veces el valor de tus victorias es directamente proporcional al momento que viven tus adversarios.

 

México hace su trabajo, y lo hace muy bien, pero hemos de señalar que tanto Honduras y El Salvador han estado lejos, muy muy lejos del nivel de exigencia que hubiéramos esperado todos, y si vemos más allá del grupo encontraremos que los rivales han perdido peso.

 

Y se trata de aprovechar, tal y como lo hizo Honduras, Costa Rica o Panamá, en su momento (Estados Unidos es diferente porque incluso cuando México estaba en buena forma, el norteño vecino los superaba). Así que México deberá capitalizar esta gran oportunidad que combina la lucidez de los nuestros con las debilidades exhibidas de sus oponentes.

 

Solo una cosa pido: pongamos todo en su justa dimensión: “calificar caminando” sólo forma parte de un recuerdo alemán y alejémonos de la engañosa sensación que los hace sentir “gigantes” ya que tenemos décadas siendo del mismo tamaño que los demás, o incluso más pequeños.

 

Todo con medida.