Las minutas de las reuniones de política monetaria del Banco de México permiten entrar un poco en el ánimo de los participantes en la toma de decisiones y al menos saber en qué porcentaje se tiene una u otra idea.

 

Ya llegará el momento en que ese testimonio tenga una versión pública con nombres y apellidos para saber cómo piensan cada uno de los integrantes de la Junta de Gobierno, tal como sucede en las minutas de la Reserva Federal de Estados Unidos.

 

El argumento que tiene la institución mexicana es que personalizar el debate puede inhibir la expresión de algunas ideas que no resulten populares. Evidentemente que un ejercicio de apertura total requiere de un público y de medios de comunicación maduros y respetuosos. Llegará el día.

 

Por lo pronto, cuando usted en la minuta lea que un integrante de la Junta de Gobierno dijo que tiene preocupación por los riesgos inflacionarios que traería una mayor depreciación del peso y que esto podría implicar un aumento en las tasas de interés, puede estar seguro que esa es la visión del vicegobernador Manuel Sánchez González.

 

Evidentemente que el más claro sobre esta posibilidad es también el banquero central mexicano que más reflectores tiene.

 

Agustín Carstens, gobernador del banco central, ha sido insistente en este punto y en la necesidad de mayor disciplina fiscal para mantener la estabilidad de precios.

 

Sin embargo, tengo la impresión que entre lo dicho por algunos banqueros centrales y lo hecho por el banco central hay una brecha que ha permitido el deterioro de las expectativas.

 

Vamos, creo que tardaron en actuar para frenar la especulación que se apresó de la moneda desde finales del año pasado.

 

Hoy conocimos la inflación al cierre de febrero pasado y se le nota la presión adicional por el tema cambiario, tanto en productos agropecuarios como en los sectores secundario y terciario.

 

Lo más notable de la inflación del mes pasado son las presiones que tienen los productores en sus precios, lo que evidencia que muchos de ellos han contenido los aumentos a los consumidores finales, no por ser almas de la caridad, sino porque al subir precios pierden el poco mercado que tienen.

 

Estamos en un país en el que si sube el precio de la tortilla y de algunos granos, sube al mismo tiempo el índice de pobreza.

 

Como sea, la inflación mensual de febrero pasado de 0.44%  fue el tercer incremento más fuerte para un mes de febrero en 10 años. Y si bien la inflación anualizada se mantiene por debajo del 3%, basta con un simple golpe de vista a las gráficas del comportamiento de los precios para ver que hay una subida más acelerada.

 

Ya en un análisis más detallado vemos como hay una relación directa entre los rubros que más suben y la paridad cambiaria, incluso dentro de los productos agropecuarios que más suben hay alguna incidencia de la paridad.

 

De ahí que funcionarios como el subgobernador Manuel Sánchez dejen la comodidad de la minuta anónima para advertir lo que puede venir con el costo del dinero.

 

El hecho de que haya una pausa en los mercados financieros en estos momentos, por la apreciación del precio del petróleo, no significa que pasó lo peor.

 

De hecho, la expectativa es que pueden regresar las presiones a los mercados emergentes tan pronto como la Reserva Federal reactive el discurso de alza de las tasas de interés para este año.