Petróleos Mexicanos fue por muchos años la caja chica del gobierno federal, pero para ello necesitaba generar en torno a la empresa paraestatal un halo propagandístico que se incrustaba en la población desde la más tierna infancia.

 

En los libros de texto oficiales nos relataban la valiente historia de la expropiación petrolera que “Tata” Cárdenas había encabezado. Nos enterábamos con admiración cómo los mexicanos de todos los estratos sociales aportaban lo mismo una joya que una gallinita para pagar a los despiadados extranjeros.

 

El dilema, por lo menos en aquellos años en que me inculcaban esta propaganda en la escuela, era qué haríamos los mexicanos con tanto petróleo y a precios tan altos. Era la advertencia aquella de que tendríamos que aprender a administrar la abundancia.

 

Cómo pedirle cuentas a un sindicato y a una empresa que nos mantenían en el camino a la riqueza y que además permitía que no pagáramos tantos impuestos. Cómo reclamar la anexión presupuestal y gremial de Pemex y su sindicato a la continuidad -pensada entonces como eterna- del PRI en el poder.

 

La mala concepción de Pemex como parte de nuestra mexicanidad impidió por muchos años que se le pidieran cuentas y se adaptara a un mercado dinámico. Nunca le quitaron la bota fiscal del cuello y nunca se comportó como una empresa que buscara aumentar sus ganancias.

 

Hubo un tiempo en que la apertura del sector a la competencia privada no era la única opción. Si por aquellos años 80 se hubiera hecho una reforma fiscal que ampliara la base de contribuyentes para permitir la correcta reinversión de utilidades, Pemex habría sido una empresa diferente.

 

Hoy, Pemex llegó hasta este punto de tener que achicarse, recortar gastos de manera drástica, sanear sus finanzas y prepararse para ser una empresa competitiva en el mediano plazo.

 

Al gobierno federal le toca hacer valer su condición de aval y respaldar a la petrolera en este proceso de reinvención.

 

Y si bien la reforma energética llegó tarde, hoy es un soporte para el saneamiento de Pemex.

 

Hoy puede asociarse y compartir el riesgo, puede abrir espacios a los particulares. Hoy tiene que asumir que sus costos tienen que ser los mismos del mercado.

 

Si todo el mercado de energéticos siguiera recargado en Pemex no hay duda que el tamaño del rescate sería mayor, porque no podría renunciar a mercados tan estratégicos como el de las gasolinas que el próximo mes se abre a la libre importación de los particulares.

 

Es muy importante que este proceso de saneamiento de la empresa petrolera se haga con total transparencia, como lo prometió su director. Que la mística de la empresa cambie de ser una incrustación artificial en el ADN de la mexicanidad a una empresa que pueda competir en el mercado interno, pero también que aspire a ser un referente de las empresas petroleras públicas exitosas que pueden competir en otros países.

 

Tiene que cambiar la tendencia del mercado de hidrocarburos, sin duda. Pero también tiene que cambiar la actitud del gobierno federal que tarde o temprano deberá hacer la gran reforma fiscal pendiente que le permita a esta petrolera recuperar su viabilidad.

 

Por lo pronto, las medidas anunciadas ayer de terapia intensiva parecen un primer paso adecuado en la dirección correcta.

 

Si logra convencer a los mercados financieros y a las calificadoras de su viabilidad, estará de suerte para dar los siguientes pasos.