Clásico significa digno de imitación, perteneciente a una clase superior respecto de una inferior; o sea, algo que debe tomarse como modelo por ser de calidad inmejorable, o casi perfecto.

 

Futbolísticamente, la definición podría caber, aunque de pronto los llamados a ser “Clásico” resultan por no serlo o, de plano, dan la espalda a tan dignificante señalamiento.

 

Pero el del sábado anterior cumplió en términos generales, al contener los ingredientes necesarios para ser considerado como tal. Tuvo un poco de todo, aunque, si fuéramos más exigentes, diríamos que le faltó un poco de calidad e intensidad.

 

El juego tuvo momentos de claro dominio. Cruz Azul hizo acto de presencia muy pronto en el juego. Salió con el cuchillo entre los dientes como si estuviera decidido a devorarse la triste historia que le ha ofrecido el Estadio Azteca, en el pasado reciente. Quiso dar un golpe de autoridad muy temprano y lo consiguió, aprovechando que América parecía seguir en el calentamiento, pero su enjundia duró menos que un cólico (diría un buen amigo y poeta rural),“Cruzazuleó”, pues. Hizo suyos todos los fantasmas que le han acompañado en todos estos años llenos de frustraciones, donde fueron capaces de hacer de la derrota un verdadero arte.

 

Se entregó al América y su característica furia y orgullo, ese que sale cuando está disminuido y destinado a la derrota; ese que le ha otorgado un sello de equipo bravo.

 

Entonces la historia se repetía. Tan es así que el mismísimo árbitro se hizo de un lugar, al marcar lo que no existía, al ver lo que nadie vio, al señalar lo que no debía: América era lo suficientemente superior como para cristalizar su dominio por la vía de Peñaloza. El empate se veía venir, sin duda, pero lo del juez fue considerado rudeza innecesaria.

 

Luego, cual pasajero de primera clase, se dejó ir. Anotó y le dio la vuelta…América era América y Cruz Azul… volvía a ser Cruz Azul, ese de las Finales, ese incapaz de mantener sus emociones en equilibrio.

 

Pero como todo estaba destinado a ser Clásico, América se apegó a un guion de indisciplina que ha escrito recientemente y el árbitro, con la culpabilidad a cuestas, decidió ponerse al servicio de la compensación demostrando que no había tendencia, sino incapacidad. Echó a dos americanistas y Tomás Boy instalado en su papel de “jefe”, mandó lo que tenía disponible: Chaco fue el héroe de siempre, haciendo, con un sólo toque de balón y menos de un minuto en el campo, lo que no consiguió Víctor Vázquez en 65.

 

Como toros, incluido Vuoso en el campo, se fueron decididos al frente buscando algo que conseguirían minutos más tarde, provocando la clásica reacción retadora de su entrenador al encender la chispa que no puede faltar en un choque de trenes como el de estos dos. Boy se fue expulsado en medio de un mentadero de madres, mientras que el juez decidía que no había tiempo para más.

 

Entonces nos levantamos del sofá satisfechos con lo que habíamos visto: Un Clásico, uno de verdad.

 

Nos vemos viernes en la Grada 24