Esta semana toca al Banco de México el turno de tomar una decisión de política monetaria, y si bien para este año despegó su calendario de las reuniones de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), no significa que sus determinaciones no vayan en la misma línea que las estadunidenses.

 

De hecho, no parece haber posibilidades de que el banco central mexicano mueva su tasa de interés de referencia de su nivel actual de 3.25%.

 

La inflación general de México, esa que en su amplitud esconde todavía los efectos de la depreciación del peso frente al dólar, se mantiene en niveles inferiores a la meta del 3%. Por lo tanto, no habría razones de contención de precios para subir el costo del dinero.

 

Mientras más tiempo se mantenga bajo el costo interno del dinero, más posibilidades existen de tener un crecimiento más robusto del consumo interno, que hoy es el motor económico mexicano.

 

En especial, los préstamos a las personas con actividad empresarial, a las empresas y los hipotecarios podrían mantener una tasa aceptable de crecimiento durante la primera mitad de este año. Con un poco de sentido común de los consumidores debería mantenerse más moderado el crecimiento del crédito al consumo.

 

En fin que para el mediodía del jueves deberíamos tener, en primer lugar, la confirmación de que no sube el costo del dinero en México.

 

Pero lo más interesante de la reunión de la Junta de Gobierno del Banco de México es el comunicado.

 

Así como el mercado no preveía aumento en las tasas de interés en Estados Unidos, esperaba a cambio saber cómo veían dentro de la Fed la condición financiera y económica mundial y la local. Así queremos saber cómo la ven los banqueros mexicanos.

 

Independientemente de mostrar su obvia preocupación  por el entorno externo, como la baja en los precios del petróleo, la desaceleración de la economía estadunidense con énfasis en la industria, las evidentes presiones en la cotización del peso frente al dólar, lo que el banco central debe apuntar con claridad es la lista de vulnerabilidades internas.

 

Hace falta que la Junta de Gobierno del Banco de México en su conjunto, o el gobernador del banco central, Agustín Carstens a título personal, señalen el peligro que implica para la estabilidad macroeconómica, la inflación y el crecimiento económico el aumento de los desequilibrios fiscales.

 

De una manera poco incisiva y hasta tímida Agustín Carstens ha señalado los peligros de desequilibrar las finanzas públicas e incurrir en déficits que alteren la paz financiera de la que ha gozado la economía mexicana en prácticamente 20 años.

 

Los datos de un déficit fiscal en 3.5% y una deuda que se acera rápidamente al 50% del Producto Interno Bruto son de total competencia para la autoridad monetaria y tienen que llamar su atención.

 

Si la autoridad fiscal se sale de esa vereda de la disciplina por la que avanza ortodoxamente la autoridad monetaria, es justo lo que hace falta para que el Banco de México haga uso de su autonomía para mostrar su preocupación.

 

Sin metáforas, ni entre las ramas, hace falta que el banco central mexicano muestre claramente su preocupación por los desequilibrios fiscales y la falta de reformas para corregirlos, que los ubique entre los riesgos que ve dentro del propio país.