La Ciudad de México se puede ver como una ciudad-esponja, una metrópoli sedienta que, literalmente, se chupa el agua.

 

La política hídrica de la capital del país es así de ridícula: saca el agua del subsuelo en cantidades no recomendables y se la trae de otras cuencas para completar la demanda, pero no repone la que extrae.

 

El agua que llega de los sitemas Lerma y Cutzamala, y la que se obtiene de los acuíferos que están bajo la ciudad y la zona conurbada del Estado de México, se ensucia y se saca del valle de México por medio de canales, tuberías y bombas.

 

Y el suelo se agrieta y se registran hundimientos precisamente por eso: por la sobreexplotación de los acuíferos.

 

Y más aún: el agua que baja limpia de las montañas que nos rodean, sólo se aprovecha para regar algunos terrenos de cultivo, pero una vez que llega a la zona urbana, la corriente es aprovechada para sacar los drenajes de los pueblos y colonias. Y, entonces, el agua se ensucia. Y cuando llega a las partes más bajas se entuba para sacarla del valle.

 

Y el subsuelo se seca. Y aparecen hundimientos y grietas, como los de la Calzada Zaragoza y sus alrededores en Iztapalapa.

 

Parece un mal chiste. Y a pesar de que hay momentos en que se reciente más, aún no hemos padecido los efectos de la sobreexplotación del subsuelo en toda su dimensión y, específicamente, de esta ridícula forma de tratar el agua.

 

Recorriendo la ciudad me he encontrado con imágenes dignas del realismo mágico, que son poco conocidas por el resto de los ciudadanos. Tal vez por eso luego se imponen conductas absurdas y, podríamos decir, groseras, de los ciudadanos, como el todavía lavar el auto o la banqueta con el chorro de la manguera.

 

Van algunos ejemplos:

 

El agua, por los cielos

 

Un día visité la colonia Bosques del Pedregal, al pie del Ajusto y me llamó la atención una imagen:

 

En los postes de luz, centímetros abajo de los cables, había decenas de mangueras, con un extremo en una esquina y el otro dentro de una vivienda, después de recorrer algunas cuadras, de poste en poste.

 

En cada esquina había tambos, tinas, tinacos… cualquier recipiente en que se pudiera recolectar agua.

 

Al platicar con los vecinos, me comentaron que en esta zona, el suelo es prácticamente roca volcánica, por lo que no se puede cavar muy profundo –además de que se encuentra a una altura en la que no debería construirse vivienda–. Y cuando se puso una tubería, al momento de enviar el agua, toda se tiró, pues los vehículos la destrozaron.

 

Así que se las ingeniaron y decidieron hacer una red aérea de mangueras para transportar el agua.

 

Por eso, cuando las pipas que envía la delegación llegan, llenan los recipientes de las esquinas, la gente sale con un pedazo de manguera, la mete al recipiente, succiona y la conecta al extremo de manguera que baja del poste. Así, lleva el agua hasta una cisterna o tambos que tienen en su casa. Luego, guardan el pedazo de manguera y se van a casa.

 

Robo de pipas

 

Esto es en la delegación Tlalpan, pero en la delegación Iztapalapa y Gustavo A. Madero, de las más castigadas de la capital por el desabasto de agua, se han dado casos de robo: ya sea de pipas o carros de agua para beber, ante largas temporadas de desabasto.

 

Así las cosas en esta ciudad. Por eso es tan importante no desperdiciarla, combatir los asentamientos irregulares, que generalmente son en zonas boscosas, los únicos lugares en donde se puede filtrar el agua al subsuelo, ya que el concreto y el asfalto lo impiden en la mayor parte de la CDMX.

 

Ahí es donde entra en acción la visión de las autoridades locales y federales.

 

Ojalá y quienes decidan, algún día tomen cursos sobre el ciclo del agua en la ciudad, porque por sus acciones nos han demostrado que no tienen idea del problema… o que les vale.