Supongamos que la cancha del Azteca se coloca sobre la del estadio Jalisco, y ambas, sobre la de Toluca. La resultante sobre la de León y, finalmente, sobre la de Monterrey. Diez equipos, cinco balones y cinco canchas en una. Hay 110 jugadores disputando cinco partidos diferentes pero simultáneos… en una sola cancha. Se estorban. Se gritan. Pocos identifican a sus rivales con claridad. Un jugador le quiebra la rodilla a un jugador que no es su rival. Por error lo pateó porque la camiseta también tiene color claro. Los porteros no saben si el balón que viene directamente hacia ellos fue dirigido por su rival o corresponde a otro partido. Un portero se lanza “para la foto”, evita un gol, pero de un equipo que no es su rival. En las gradas, cada vez que alguien anota un gol pocos seguidores saben si gritarlo o no. ¿Quién metió el gol?

 

Así es la batalla contra el Estado Islámico en Oriente Medio y Europa. No hay buenos ni malos con la evidente excepción de los terroristas del Estado Islámico. Son varias batallas estratégicas y tácticas las que ocurren en el mismo escenario: Siria.

 

En una cancha se observa a Francia articulando una alianza con Rusia pero Rusia acumula diferencias estratégicas con Estados Unidos (segunda cancha, la de Crimea). Hollande piensa en la mejor táctica para vengarse del Estado Islámico, sin embargo, Rusia y Estados Unidos sostienen una batalla geoestratégica.

 
PAG-12-TERCERA_1_REUTERS_Turquia_RusiaBarack Obama decide encabezar una alianza a la que se suman más de 50 países. Turquía se mete a la cancha al derribar un avión ruso. Putin enfurece y muestra pruebas gráficas de algo que ya sabíamos tiempo atrás: el presidente turco es condescendiente con el Estado Islámico porque los yihadistas le hacen un servicio de catering terrorista en contra de los kurdos. Algo más, el mercado de petróleo gestionado por el Estado Islámico interesa a Turquía.

 

Antes de la noche más negra en París, François Hollande insistía que el presidente sirio, Bashar al Asad, tenía que dejar el poder (tercera cancha, los restos de la Primavera Árabe). Ahora, después de la alianza con Rusia, dice que no. La única táctica para luchar por tierra contra el Estado Islámico es coordinando las acciones con el ejército sirio.

 

Obama se enfada por la alianza franco-rusa. El presidente de Estados Unidos aplaude la decisión del mandatario turco Recep Tayyip Erdogan al hacer un llamado a la OTAN (cuarta cancha): pieza de museo del horror de la Guerra Fría para el presidente Putin. Erdogan se cambia de camiseta al correr sobre la cancha. Confunde. Hace trampa. Pero los europeos le pagan tres mil millones de euros para que registre a los refugiados. Es decir, para colocar sellos en hojas.

 

En una quinta cancha participan los chiitas contra los sunitas. En palcos lujosos se observan los sunitas de Arabia Saudita y Catar brindando por sus victorias en Yemen, por los enfados de Irán, pero sobre todo, por el arrinconamiento del sirio. En el estacionamiento de los palcos se observa a Hollande cargando cajas de champán con el objetivo de brindar con burbujas la venta de sus aviones Airbus. Aquí empeoran las contradicciones. Es cuando los porteros no saben si lanzarse o no por los balones. No identifican al rival. Los derechos humanos en Riad son anécdotas. Las mujeres también, al igual que el financiamiento al Estado Islámico. Pero son aliados.

 

Sí, ayer y por fin, Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, hizo tiro al blanco al decir que “El éxito del Estado Islámico es el resultado de nuestra inacción” (El País, 3 de diciembre).

 

Son demasiados ejércitos, algunos enemigos entre sí, para luchar contra el Estado Islámico. Primero tienen que ordenar las alianzas. Disputar con un solo balón la batalla contra el Estado Islámico. Si no lo hacen, veremos nuevas fracturas. Ya vimos el derribo del caza ruso a manos de los turcos. ¿Cuántos más?