Lejos del mole poblano y de la talavera, Puebla Capital es una zona que se está abriendo paso no sólo en el sentido de infraestructura sino también en el aspecto de la gestión cultural. De unos años para acá se han incrementado de manera notoria espacios que promueven desde determinadas formas de pensar, hasta la obra de artistas emergentes.

 

A pesar de ser un lugar conservador que mantiene vigente sus creencias religiosas y un sinfín de tradiciones conservadoras, Puebla se ha abierto paso a una escena cultural experimental que busca un discurso propio. Esto sucede como el efecto de la onda del agua, va creciendo de manera circular, a sus alrededores, se contagia y contamina desde su centro y mantiene la esencia de su núcleo.

 

Cada vez son más los lugares que buscan difundir una voz distinta, desde conceptualizaciones estrafalarias que han desarrollado un estilo de vida y que son un foco cultural atractivo, como lo es Cholula, que se ha caracterizado por ser tierra universitaria llena de bares, cafés y centros culturales que difunden una frecuencia sumamente liberal. También está el centro de la capital, donde la fotografía y el diseño son elementos de consumo diario.

 

Pero ¿Qué se está comunicando realmente? ¿Por qué hay una necesidad de consumo alternativo? Lo cierto es que todas aquellas propuestas “amateur” existen por perseverancia, esto es que el contexto no suscita a la existencia de las mismas sino más bien que éstas forjan su propio entorno, de ahí que Puebla esté desarrollando una atmósfera cultural en plena metamorfosis. Es una necesidad latente que busca la trasgresión pero que no termina de colocarse. Este proceso matizado de la experimentación vale la pena conocerse no sólo por la insistencia de su discurso alternativo, sino por cómo impacta en la parte convencional y qué genera a partir de ello.