Acabo de leer un buen libro: Orfandad. El padre y el político (Alfaguara, 2015), del escritor Federico Reyes Heroles. Es sobre su padre Jesús, aquel hombre de acción e ideas que ocupó importantes cargos –destacan director de Pemex, presidente nacional del PRI, director del IMSS, secretario de Gobernación y de Educación Pública.

 

Además de posturas, encuentros e ideas del político tuxpeño, el texto revela algunas anécdotas curiosas. En una ocasión, cuenta el autor, don Jesús –entonces jefe priista– le pidió a un integrante de su equipo quitarle mil pesos a los sobres de pago de algunos empleados, y ponerle mil pesos de más a los de otros. Cuando el subordinado preguntó por qué, don Jesús le explicó su experimento: si los que reciben menos no se quejan, son unos pendejos. Si los que reciben más no dicen nada, son unos rateros.

 

Don Jesús no era un hombre adinerado. Pero sí era culto, trabajador y al parecer, un poco malhablado. Disfrutaba la discusión de ideas con todo el que se prestara, sobre todo si se trataba de teoría del Estado. El libro es un rico testimonio desde la primera fila; pero su subtexto, su mensaje entre líneas, me parece aún más importante –sobre todo en nuestros días–: la vocación política en pro del interés público.

 

Don Jesús fue muy priista, pero era de los que pensaban más allá del sexenio. Según Otto Granados –su ex secretario particular en la SEP y ex gobernador de Aguascalientes–, él “no fue un revolucionario ni jamás pretendió romper con el régimen al que toda su vida perteneció (…) era, más bien, un reformador”. No creía en la ruptura brusca sino en la transición, en la progresividad. De ahí partió su máxima contribución a la vida nacional: la reforma política de 1977 que, por encargo de López Portillo, construyó, según el autor, con “los principales actores presentes, intelectuales y cientistas (sic) sociales, líderes políticos de todo el espectro”. Tal diálogo no era común en el viejo régimen.

 

Durante dichas consultas, el cuerpo del tuxpeño estuvo en la pugna política pero su mente estaba por encima de ésta. Esa vocación de futuro lograría una nueva etapa en la historia del país: la enmienda que don Jesús timoneó relanzaría el sistema político y abriría espacios a diversos actores antes relegados. La política había funcionado. Hoy, muchos académicos consideran este episodio como el inicio de la transición democrática de México.

 

Don Jesús no sólo debe ser recordado como el intelectual o como el negociador, sino como la prueba de que existen políticos que lograron ver más allá de sus despachos, guaruras y prestaciones. Todo el que se dedique a la labor pública, a la vida política –sin importar sus ideas–, debe tenerlo entre sus referentes.

 

Como todo testimonio biográfico contado por familiares, es probable que el libro tenga algunos sesgos emocionales involuntarios –el hombre era su padre–, verdades a medias y cosas sencillamente no comprobables. Pero no quiere decir que el autor mienta. Es simplemente un síntoma de la capacidad distorsionadora del tiempo y del afecto.

 

Me imagino que Federico escribió el texto para intentar desmitificar a don Jesús, para aclarar que también existió el padre, el esposo. Pero, involuntariamente, nos ha dado a todos los que nos dedicamos al asunto político, guía y referente de comportamiento y compromiso público. Ese es el mensaje más importante del libro.