En México nos gusta quejarnos y somos especialmente críticos de lo codiciosos, egoístas y manipuladores que son nuestros representantes políticos. Lo vemos cada semana en los periódicos: cierto funcionario público intercambió favores para seguir una agenda personal bien definida, o el diputado de cierto partido cobró una comisión para otorgar recursos públicos.

 

Pero si llevamos esta condición a la escena internacional, nos damos cuenta que la cosa no cambia mucho.

 

Durante el mes de septiembre de cada año, la Asamblea General de las Naciones Unidas se convierte en el Palacio de San Lázaro del mundo. Tal y como sucede en nuestra Cámara de Diputados, los dirigentes de los países del mundo se congregan para dejarse ir, despotricando ante sus homólogos sus singulares interpretaciones sobre lo que está mal en el mundo. Un auténtico gallinero político al más puro estilo mexicano.

 

La teoría constructivista de las relaciones internacionales sostiene que el escenario internacional se rige en gran medida a partir de la personalidad individual de aquellos que mantienen el poder político. Es por eso que la temporada de la Asamblea General de la ONU me parece fascinante, es escuchar de viva voz a todos estos tipos que mueven al mundo acusarse unos a otros, y así, llevándonos a todos entre las patas.

 

Este año marcó el 70 aniversario de la ONU y nos damos cuenta de que el mundo está  cruzando una etapa particularmente compleja, que sin duda moldeará el futuro. Por un lado tenemos una crisis humanitaria en la cual miles de refugiados están abandonando Siria para buscar refugio en países europeos. Por otro lado, Rusia expande sus fronteras en directa violación de tratados internacionales, una desaceleración económica generalizada, la aterradora situación de seguridad en México… la lista sigue.

 

Y así, en este contexto se celebró la Asamblea General de la ONU.

 

Creo que lo más destacado de esta 70° sesión fueron las intervenciones de Barack Obama y Vladimir Putin. Rusia y Estados Unidos, sin ningún deseo de cooperar, buscan derrotar al Estado Islámico, cada quien siguiendo sus propios intereses y bajo sus propios términos. El gobierno de Putin autorizó el inicio de una serie de bombardeos aéreos a sitios de facciones opositoras al régimen del presidente Al Assad, que no necesariamente se limitan al Estado Islámico.

 

Por su parte, Obama dijo que estaría dispuesto a trabajar incluso con Rusia e Irán para terminar el conflicto en Siria. Claro está, esta cooperación sería bajo sus propios términos, entre los cuales está la deposición del Presidente Al Assad.

 

Una de las intervenciones más comentadas fue la del Papa Francisco. El pontífice, cuya popularidad crece cada día, acusó a aquellos países que utilizan a la ONU para legitimar guerras “con intenciones espurias”. Con su estilo progresista y romántico, advirtió que las Naciones Unidas pasarán a ser naciones unidas por el miedo y la desconfianza.

 

Poco después de que el Papa subió al estrado, se presentó Mahmoud Abbas, representante de los territorios Palestinos. Estos “territorios”, donde habitan casi 5 millones de personas, a diferencia del Vaticano no constituyen un Estado soberano y, por lo tanto, no tienen representación en la ONU. Abbas nuevamente desaprovechó la oportunidad de este espacio y no manifestó una voluntad verdadera de cooperar con Israel para llegar a la paz. Israel, por su parte, claramente tampoco.

 

Cristina Fernández, presidenta de Argentina, elegantemente pintada y vestida, decidió utilizar su espacio para acusar a Estados Unidos de proteger a un antiguo espía argentino que al parecer es clave en el esclarecimiento de la muerte de Alberto Nisman, el fiscal encontrado en su baño con un tiro en la cabeza, en la más extraña y misteriosa de las circunstancias.

 

Y cómo pasar por alto la intervención de nuestro querido presidente Enrique Peña Nieto. El dirigente mexicano utilizó la Asamblea General para hablar sobre la amenaza que representa el populismo, tanto de derecha como de izquierda. También afirmó que México tiene una de las legislaciones más avanzadas en materia de derechos humanos. Sí, en serio. Después se burlaron de él por haber tartamudeado, inseguro, la palabra “multilateralmente” y aprovechó, de una vez, para criticar la postura de Donald Trump.

 

Este año, la Asamblea General no falló en ser un auténtico derroche de intereses nacionales por encima de intereses humanitarios internacionales. Nuevamente, se utilizó un espacio que debería de estar destinado al diálogo constructivo para la acusación mutua, las mentiras y el ego.

 

Así que ánimo, mexicanos, no pensemos que estas atrocidades personalistas solo suceden dentro de los confines de nuestro palacio legislativo. Desde Vladimir Putin hasta el Papa, la ONU está ahí para recordarnos cada mes de septiembre que nuestro mundo lo maneja un séquito de sinvergüenzas que jala por su propia cuenta, movidos por intereses personales.