Por allá del 2008, antes de estallara la gran recesión en septiembre de ese año con la quiebra de Lehman Brothers, en México se dio una batalla entre la Secretaría de Hacienda, la presidencia de la República y el autónomo Banco de México.

 

Ojalá bajaran las tasas de interés para que mejorara el crédito, dijo  a mediados de aquel año el entonces presidente Felipe Calderón. Evidentemente que este pronunciamiento presidencial desató los demonios, porque tras sus palabras se sumó la reacción en el mismo sentido de su gabinete y en sentido contrario de sus opositores.

 

Acusaron al presidente Calderón y a su secretario de Hacienda, Agustín Carstens, de intervencionistas, de no respetar la autonomía del Banco de México.

 

Sin embargo, Guillermo Ortiz Martínez ni se inmutó. A pesar de las evidencias de una baja en la actividad económica en Estados Unidos, ese equipo que gobernaba el banco central cumplió a cabalidad con el único mandato que tiene Banxico que es cuidar el poder de compra de la moneda.

 

La inflación rondaba el 4%, mientras que el costo del dinero estaba entre el 6 y el 7 por ciento. Pero esa actitud de halcón del banco central mexicano no era otra cosa que un reflejo de lo que hacía estados Unidos.

 

En buena medida la crisis hipotecaria estadounidense se desató por el incremento abrupto en el costo del dinero en ese país, lo que provocó que los créditos, sobre todo los de mala calidad, se dejaran de pagar.

 

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A la vuelta de los años queda claro que si la economía mexicana hubiera propiciado un despegue crediticio provocado por tasas de interés muy bajas, la crisis del 2009 quizá habría sido mucho más profunda de lo que fue.

 

Lo más valioso de aquel episodio de divergencia entre el gobierno del Banco de México y la presidencia de la República fue que se demostró que habíamos logrado un banco central autónomo. A diferencia de lo que todavía en los noventa sucedía en este país cuando el presidente simplemente ordenaba al Banco de México el nivel de circulante y de las tasas.

 

Hoy el banco central mexicano goza de total autonomía y con el agregado de tener en la bolsa la reelección de Agustín Carstens para mantenerse en la junta de gobierno. Y si bien me queda claro que este personaje no necesita garantías para hacer su trabajo, sí es un mensaje muy poderoso para los mercados sobre esa necesaria independencia.

 

Por eso es que hoy, Carstens habla desde el Banco de México de lo que le gustaría que hiciera la Secretaría de Hacienda. Así como en su momento recomendaba al banco central desde su posición de titular de las finanzas públicas.

 

La realidad es que hoy la autonomía de Banxico está subordinada a lo que decida la Fed. Pero eso es un mal mundial.

 

Pero sí es posible que desde la gubernatura del banco central, Carstens le recuerde a la Secretaría de Hacienda de Luis Videgaray sobre la importancia de mantener las finanzas públicas sanas como uno de los mejores blindajes para el país.

 

Es reconfortante escuchar que la democracia alcance en México para que se puedan hacer referencias y críticas bien fundamentadas desde las esferas más altas de toma de decisiones financieras.

 

Pero en esta de mantener como un valor nacional las finanzas públicas sanas, sí deberían hacerle caso al gobernador del Banco de México.